El mariachi indígena en Tetelcingo
Ernesto Cera Tecla.
El estudio del mariachi es relevante para la antropología
mexicana. El análisis desde esta disciplina sobrepasa los estereotipos de la “cultura
nacional”, así como los procesos de globalización y, pone atención, sobre todo,
en las prácticas del mariachi en comunidades específicas o locales. Si el
estudio antropológico del mariachi ha llevado a la comprensión del México
mestizo, entonces, también puede describir el México indígena, es decir, podría
describir las prácticas del mariachi en comunidades étnicas, por ejemplo, en la
comunidad mosiehuale de Tetelcingo, Morelos.
Sobre este tema, quiero contar una anécdota. En el
año de 1996, terminaba la maestría en Lingüística indoamericana,
en el Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social (CIESAS), Ciudad de México.
Recuerdo que, en el último semestre, presencié, en la sala
de conferencias de ese Centro de investigación, la defensa de la tesis intitulada: “El sistema
tradicional de mariachi en Nayarit”, por el doctorante (de CIESAS) Jesús Jáuregui
Jiménez. En ese momento, me llamó la atención, porque yo pertenecía a una
comunidad nahua de Morelos en donde los mariachis proliferaban como hongos de verano. En
consecuencia, deleité la explicación científica del fenómeno de la música vernácula, por parte del tesista.
Mi formación en la maestría en lingüística indoamericana fue una
experiencia formidable. El programa de posgrado fue creado, en 1979, por uno de los grandes antropólogos
mexicanos: Don Guillermo Bonfil Batalla. En este programa aprendí el rigor académico de mis grandes maestros del CIESAS y del Colegio de México (COLMEX): lingüistas,
gramáticos, lexicógrafos, fonólogos, semánticos, sintácticos, sociolingüistas, etc. Cito algunos eminentes doctores: José Antonio
Flores Farfán, Laura Hernández, Sergio Bogard, Héctor Muñoz Cruz, Susana Cuevas, Yolanda
Lastra, Luis Fernando Lara, Karen Dakin, entre otros. La maestría estaba indexada al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), por
tanto, los pocos estudiantes (once, si no mal recuerdo) recibíamos una beca mensual, que nos permitía estudiar de
tiempo completo. El programa era de “excelencia académica”, pero eso no
significaba que todo era color de rosa, también vivimos ciertas fricciones
con la autoridad del CIESAS y algunos profesores. Al final, todo fue
extraordinario, desde el punto de vista académico.
El CIESAS era, por demás, cómodo, “propio” para una élite intelectual y científica del país. Esta institución elitista ha estudiado, en gran parte, a los más pobres, a los que viven en el subsuelo: a los pueblos indios de México. Estaba (y sigue) muy bien ubicado en el espacio urbano: está entre calle Juárez, No. 87 y calle Hidalgo, en el centro de la alcaldía Tlalpan.
Para entonces, yo vivía en la colonia Torres de Padierna de la misma demarcación. Esto
era así, porque paralelamente a la maestría en lingüística, cursaba mi segunda licenciatura, Sociología
de la Educación, en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), unidad Ajusco. Mi
domicilio me permitía el acceso a las bibliotecas públicas del CIESAS, de la FLACSO
(Facultad Latinoamericana en Ciencias Sociales), de la UPN, del COLMEX y la
biblioteca central de la UNAM. A mi redonda, estaban los libros disponibles. Nada me faltaba en términos bibliográficos o
fuentes de información. Tenía disponible toda la información científica requerida en mi
formación académica. Por cuestiones clasistas, las instituciones académicas más importantes del país, habían sido instaladas en el sur de la Ciudad de México. La comodidad espacial se retroalimentaba
con la comodidad económica personal: la beca del CONACYT y mi salario de Profesor de educación básica, comisionado por la Sección 36 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), me permitieron estudiar holgadamente.
Bien. Al pasar de los años, Jáuregui Jiménez se convirtió en la autoridad antropológica más importante del país para explicar el mariachi como fenómeno cultural. Así, cualquier estudio científico sobre el tema, en comento, debe considerar la obra: “EL mariachi. Símbolo musical de México”, de Jáuregui, editado por el INAH, CNCA y TAURUS, en 2007. Sin duda, existen otras fuentes, por ejemplo, “Origen e historia del mariachi” de Hermes (1982), entre otros. Sin embargo, nuestro interés retoma la perspectiva antropológica de Jáuregui, porque se trata de describir las prácticas culturales de los mariachis indígenas de la comunidad de Tetelcingo, Morelos, en las últimas cinco décadas.
La unidad de análisis de investigación antes señalada, nos lleva a las siguientes preguntas: ¿Existe el mariachi indígena en Tetelcingo? ¿Cuál es su origen, desarrollo y florecimiento? ¿Qué criterios lo instituyen? ¿Cuál ha sido su influencia en la etnia mosiehuale? ¿Influye en la región y en la sociedad nacional? ¿Cuál es esa influencia?
Continuará…
Vox nostra
clamantis in civitas.
"Nuestra voz,
no clama en el desierto,
clama en nuestro
pueblo".
Oxon quiema, ma
mochihua, ma motequepanu.
Ijquehuo queneque
to tatzi, to nontzi.
No tata, tona...
"Ahora sí,
que se haga, que pase como es nuestra costumbre,
así lo quieren
nuestros dioses: nuestra madre, nuestro padre,
¡Oh! Mi Señor
Sol...".
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