miércoles, 30 de junio de 2021

 

Ética a mi hija Héloïse-Malintzin

 

[  II ]

 

 

Teteltzincu, Altepetl de Huaxtepiec, día 5 xuchetl, año 6 caña.

 

Unte omatl Héloïse-Malintzin: Neltitica quicajcohua

(Carta segunda a Héloïse_Maintzin Cera Sauquet: De la verdadera libertad)

 

Malintzin:

 

Que el canto de los pájaros cenzontle concierten en tus sueños.

 

Héloïse-Malintzin: escucha la segunda noble enseñanza del conocimiento de sí mismo y la libertad. No olvides que todo hombre aspira a ser libre y éste es una de las más grandes ambiciones. ¿Acaso vale más la vida de un prisionero que la de un esclavo? Es verdad, existen muchas formas de prisión y de servilismo.  Recuerda que la más sutil y dañina es la prisión interior del hombre esclavo de sí mismo

 

Tienes razón, todos somos más o menos prisioneros de nuestros miedos, pulsiones, carácter, hábitos, emociones. La mayoría de nuestras acciones y elecciones son conducidas por las fuerzas que nos dominan. Somos esclavos de nosotros mismos, pero somos los únicos que podemos liberarnos de nuestra prisión interior.

 

Recuerda la enseñanza del Nahual, alguna vez te dijo que: “el inicio de la liberación pasa por el conocimiento de uno mismo. Pasa por la introspección, por la fina observación de nuestro comportamiento, de nuestras reacciones, emociones. La misma introspección nos lleva a conocernos progresivamente y a conocer las causas profundas de nuestras acciones. Debemos trabajar sobre nosotros mismos, debemos corregir nuestras reacciones, modificar nuestras reflexiones espontáneas o nuestros malos hábitos. Porque el hombre que no se conoce es como un ciego. Camina sin seguridad y corre el riesgo de caerse en cualquier momento.

 

También rememora la historia del viejo mosiehual. Te contó que: “Cierto día, un anciano en apariencia miserable, mendigaba su vida, caminaba sobre las calles de un pueblo. Nadie le  ponía atención. Hasta que, en cierta ocasión, un extraño le dijo con desprecio:

 

-¿Qué haces aquí? Sabes bien que nadie te conoce.

 

El méndigo miró tranquilamente al extraño y le respondió:

 

-¿Acaso, me debe importar? Me conozco a mí mismo y es suficiente. Lo contrario sería fatal: que todos me conocieran y que yo me ignore.”

 

 

Estás en lo cierto, la esclavitud interior no deriva solamente de nuestras pulsiones y emociones, sino también de nuestra dependencia a los objetos. La dependencia material es la esclavitud más común de nuestros días. Siempre queremos más y más, nuestros deseos no tienen fin. No dejes de lado la memoria que nos dice que la mayoría de los humanos vivieron miles de años sin auto, sin celular, sin electricidad, sin internet. ¡Claro! Posee los objetos materiales, pero no dejes que  te posean.

 

Malintzin, debes ser libre, no actuar en función de la mirada del otro. Debes aprender a liberarte de lo que te condiciona y limita tu cuerpo y mente, debes liberarte de las  condiciones familiares y sociales que has heredado.

 

Aprende a pasar de la ignorancia al conocimiento. Porque la ignorancia es la causa de la mayor parte de los males. Desarrolla tu inteligencia y tu conocimiento para aprender a discernir. En toda tu vida tendrás que distinguir lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, lo útil de lo inútil, lo necesario de lo artificial. El conocimiento de ti mismo y del mundo te hará libre y capaz de hacer las justas elecciones para llevar una vida mejor. Pero toma en cuenta que el conocimiento de uno mismo es lo más importante: “Conócete a ti mismo y conocerás el mundo”.

 

Por último, Héloïse-Malintzin, no olvides que la mirada que llevamos sobre el mundo no es el mundo mismo, sino el mundo que nosotros percibimos a través del espejo de nuestra sensibilidad, de nuestras emociones, de nuestro espíritu, de nuestra cultura. Si el mundo te parece triste hostil, transforma tu mirada y él será otro.  Es por el trabajo interior, psicológico y espiritual, que podemos verdaderamente cambiar y hacer evolucionar nuestra percepción del mundo exterior.

 

 Me voy, el olor del copal me llama para seguir mi camino de la liberación.

 

 

 

Ernesto Cera Tecla

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