La piedra de la iguana
Ernesto Cera Tecla
Un día después de la clausura de la secundaria, salí
de mi casa y me dirigí al río “La
culebra” del pueblo caletano. Quise
recordar mi rito de paso amoroso. Al llegar, busqué el lecho de piedra entremetido entre los arbustos del arroyo. Me senté
sobre él y mi memoria me hizo sentir el aroma de nuestros cuerpos desnudos y
extasiados. El agua cristalina se deslizaba en delgadas cascadas. El musgo bajo
el agua re enverdecía a las plantas
acuáticas. El sol pintaba ramilletes de luces y sombras en los matorrales.
De pronto, el timbre de un mensaje de mi
celular me interrumpió.
—“Valeriano” —decía el
ícono del correo.
Emocionada, abrí el correo.
—“Valentina, me urge verte. En una hora,
te espero en la Piedra de la iguana.” —decía el texto.
La sorpresa, no me permitió decirle que yo ya
estaba ahí.
—Está bien, te espero—le dije en el canal escrito.
Me respondió con el emoticón del pulgar de la mano
hacia arriba.
No le di importancia a la “urgencia”, nuestro amor
era más fuerte que cualquier adversidad. Tranquilamente, me puse a escribir su nombre
y mi nombre en el agua, pero las letras no se fijaban y el agua no se detenía.
El aleteo de los búhos se perdía en el silencio. Una parvada de calandrias
revoloteaba sobre el agua cristalina. Pronto, escuché mi nombre.
—“Valentina” —me dijo
en el lenguaje del silbido mazateco.
—“Aquí estoy” —respondí en el mismo
código.
Al arribar, me paré emocionada y me lancé a sus
brazos. Valeriano me detuvo.
—Valentina, espera. Quiero hablarte seriamente.
Escúchame con atención —me dijo en un tono frío y con palabras
entrecortadas.
—¿Qué te pasa? —le
pregunté preocupada.
—A mi nada, más bien, nos pasa a los
dos. Vengo a decirte que mañana me voy de espalda
mojada para juntar dinero y casarnos. Aquí, los jóvenes no tenemos otra oportunidad.
La única suerte que tenemos ya la conoces y no estoy de acuerdo: prefiero
trabajar honestamente que ganar dinero contra mi dignidad.
—Pero Valeriano, tu sabes que el dinero
no me interesa, me interesa más nuestro amor. Estoy dispuesta a vivir contigo en
la modestia —agregué.
—Sí, pero para mí, el amor no es
suficiente. Necesito trabajar para ayudar a mi familia y para nosotros. Además,
no vine a discutir, sólo vine a avisarte. Mañana me voy en la madrugada, tomaré la primera
corrida.
De inmediato supe que no podía decir más. La
decisión estaba tomada. No había nada qué argüir. Involuntariamente, quiso
abrazarme, pero yo reculé. Él entendió y mejor se marchó. Deseaba gritarle que
no se fuera, pero el llanto interior me enmudeció. Sentí que desfallecía. La
tarde cayó estrepitosamente. Los peses huyeron en bandadas, el ocaso cayó en el
río sigiloso. Mis lágrimas botaron sobre la Piedra.
Lloré hasta que escuché el graznido del chicuastle
(o lechuza).
Entonces, tomé fuerzas inhumanas y regresé a mi casa como una muerta viviente.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio