El pez filósofo
Ernesto Cera Tecla
Para mi hija Héloïse-Malintzin Cera Sauquet.
Cierto
día, un Pez saltaba de alegría en el pozo de un río. Al salir a la superficie,
hacía marionetas y luego caía al agua. Se lanzaba una y otra vez. La frescura
de los árboles se esparcía por todos lados. Las ranas, afiladas en el bordo,
miraban sorprendidas. Los pájaros cantaban sin parar. El Pez se preparó para
hacer el último salto, el más alto. Tomó todas sus fuerzas…
De repente, la voz
de una Culebra lo detuvo.
-¡Hola! ¡Pecesito!
Veo que te diviertes.
-¡Eh! Sí claro-respondió
el Pez, ocultando el miedo.
-Eres ágil. Tus
saltos me abrieron el apetito.
-Pero… Culebra,
apenas soy una miniatura.
-Tu tamaño no
importa, importa mi deseo que es grande. Satisfacer mi deseo es lo más
importante en mi vida.
-Está bien, veo que
no tengo salvación. Tú ganas. Pero ¿por qué no hacemos un trato? De cualquier
modo vas a satisfacer tu gran deseo, me vas a comer.
-Ciertamente,
Pecesito. Escucho tu propuesta-respondió con seguridad la Culebra.
-Mira, antes
que me comas, me gustaría que meditemos,
que pensemos, yo por la muerte y tú, por la vida. Cerramos los ojos medio
minuto y enseguida me comes.
-Acepto, Pecesito. ¡Empecemos!
En el momento que la
Culebra cerró los ojos, el Pez huyó, a toda velocidad, del lugar. Se resguardó entre las raíces de unos
matorrales. La Culebra abrió los ojos alegremente, pero el Pez ya no estaba. Enfurecida, se marchó a buscar a otra presa.
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