Mejcoyelbetl “fiesta de muertos” en Tetelcingo
Parte I/2
Para: Magali Sauquet y Heloïse-Malintzi Cera Sauquet.
“Los antiguos mosiehualte vinieron al mundo
para luchar y morir y conservar el mundo.”
Ernesto Cera Tecla
A propósito del Mejcoyelbetl “fiesta de muertos”, exponemos, de
manera general, la visión de la religión y la muerte de la civilización nahuatlaca.
No obstante, nuestra exposición será, apenas, una fracción de esa amplia familia,
será la visión mosiehualte de Tetelcingo, Morelos.
La religión antigua nahuatlaca
La religión entre los nahuas fue la relación entre el alma
individual y el alma cósmico, es decir, la divinización del hombre
como parte de la naturaleza.[1]
Desde esta concepción, podemos definir la religión nahua no como la relación
entre el hombre y el Dios trascendente o las obligaciones del hombre frente al Dios
único y antropomorfo o la conciencia que tiene el hombre de su dependencia al
Dios de la trinidad, sino como LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON LA VIDA INFINITA, LA
RELACIÓN ENTRE LOS NAHUAS Y EL MUNDO O COSMOS, LA RELACIÓN ENTRE LOS ANTIGUOS MOSIEHUALTE
Y EL DIOS COMO LA NATURALEZA VISIBLE E INVISIBLE.[2]
Desde la concepción religiosa nahua, se explica el mito de Quetzalcoatl,
que destaca en la historia mesoamericana. Una versión refiere que Quetzalcoatl fue
un Tlatoani “gobernante” con pureza absoluta, hasta que un día, por malos
consejeros, se emborrachó y cometió el acto carnal. Desesperado, optó por un castigo
ejemplar: abandonó su reino amado y murió voluntariamente en el fuego. Al quemarse su cuerpo, se elevó al cielo y se
transformó en el planeta Venus. El contenido espiritual de este mito es claro: Quetzalcoatl
estaba angustiado por la oscuridad de su pensamiento. Por eso, buscó la purificación en la hoguera y
se convirtió en luz. En otras palabras, se trató de un ejercicio espiritual, se trató del principio de un alma individual que, por el lado oscuro y corporal
de la vida, buscó el lado luminoso, para alcanzar una conciencia
superior liberadora. Los antiguos nahuas practicaron una religión fundada en el principio de la espiritualidad.[3]
No nontzi Cholietzi Tetla "pedregalito" chontihua Mejtlo
“mi madrecita Doña Chole Tecla
vive en la región de los muertos”.
El culto divino entre los nahuas
Los antiguos nahuas creían en el Dios de la dualidad. El Dios de la
dualidad data, según Portilla, del periodo preclásico en Mesoamérica, antes de la
era cristiana.[4] Tenían una
divinidad dual, Tonantzin, Totahtzin, “Nuestra madre”, “Nuestro
padre”, Ometeotl “el Dios dual”, que vive en Omeyocan, en lo más
alto de los estratos celestes y también en el centro del universo. Ometeotl fue el origen de todos los dioses y los
seres humanos.[5]
Los antiguos nahuas tenían fe en la divinidad suprema. Heredaron de los
Toltecas, al Dios Tloque Nahuaque “Dueño del cerca y del junto”, a Ometeotl
“Dios de la dualidad” o Teyocayani “Inventor
de los hombres” o Huehueteotl “Dios viejo” o Xiutecuhtlli “Señor del
fuego”. Todos referían a la voz del náhuatl Tonantzin, Totahtzin, literalmente
“nuestra madre, nuestro padre”; metafóricamente, “origen de la vida”. Esta interpretación se refrenda en el Códice florentino:
“Lo mereció el señor Topiltzin Quetzalcoatl, el que inventa, hace los seres
humanos. Así lo determinó el Señor, la Señora de la dualidad.”[6] O
bien, “llegó el hombre y lo envío acá Nuestra madre, Nuestro padre,
Tonantzin, Totahtzin, el Señor dual, Ometecuhtli, la
Señora dual, Omecihuatl, el del sitio de las nueve divisiones, el del
lugar de la dualidad, Omeyocan.”[7] En suma, los
antiguos nahuas creían en el Dios supremo Ometeotl “Dios de la
dualidad”, Totahtzin “Nuestro padre”, Tonantzin “Nuestra madre”.
En general, la religión antigua nahua estaba constituida por la
mitología, las creencias y las prácticas de los pueblos nahuatlacas. Se
caracterizaba por las imágenes asociadas: el mundo, era un sistema
de símbolos: colores, tiempos, espacios orientados, astros, dioses, hechos históricos,
todos estaban interconectados.[8] La
religión no era una cadena de pensamientos, sino una RELACIÓN DEL TODO, LA
RELACIÓN DEL DIOS-NATURELEZA.
Cosmología nahua
Los nahuas pensaban que el universo tenía cuatro puntos cardinales. Los cuatro rumbos tenían relación con cinco
signos de los 20 días del mes: este, Acatl “caña”; oeste, calli
“casa”; norte, tecpatl “cuchillo de pedernal” y sur, tochtli
“conejo”. El quinto rumbo estaba relacionado con el centro, atribuido al Dios
del fuego, Huehueteotl “Dios viejo”, porque el hogar estaba en el medio
de la casa.[9]
Encima de la tierra ilhuicaatl “agua celeste” estaban los trece
cielos. El más elevado era la casa de la Pareja suprema. Debajo del teotlalli “tierra divina” estaban los nueve niveles del Mictlán o mejtlo "lugar de muertos". La región de los muertos tenía muchos ríos, que las almas
de los difuntos tenían que cruzar.[10]
En efecto, según la cosmogonía nahua, antes que existiera el mundo, estaba sólo el cielo 13, en él vivía Tonacatecuhtli “Señor del sol” y su
esposa Tonacacihuatl “Señora del sol”. Ambos dioses de la dualidad no reconocían
un origen, pues eran el principio de la creación. La pareja divina procreó
cuatro hijos: Tlatlauhquitezcatlipoca, Yayauhquitezcatlipoca, Quetzalcoatl
y Huitzilopochtli.
Los cuatro hombres-Dioses no tuvieron actividad durante seiscientos años.
Después de este periodo, los cuatro hermanos se reunieron y conversaron sobre
el qué hacer y qué tener. Primero comisionaron a Quetzalcoatl y
Huitzilopochtli e hicieron el fuego, el sol, al primer hombre de nombre Oxomoco
y a la primera mujer Cipactonal. Ordenaron al hombre trabajar la tierra y a la
mujer, a que tejiera e hilara. De ambos
nacieron los masehualte "la gente común". También entregaron el maíz. Dieron vida a Mictlantecuhtli
y a su mujer Mictecacihuatl, señor y señora del lugar de los muertos. Computaron
el tiempo: la cuenta de los días, meses y años.[11]
No setzi Maltinatzi Bobadillo chontihua Mejtlo
“mi abuelita Doña Martina Bobadillo vive en la región de los muertos”.
Mas tarde, Tezcatlipoca se convirtió en el primer sol, por eso
el astro sale por el oriente, llega al centro del cielo y se va al horizonte para
aparecer al otro día. En esta época fueron creados los gigantes, hombres
con tanta fuerza que arrancaban los árboles con sus manos. Tezcatlipoca fue sol
trece ciclos o 676 años. Al finalizar el mundo, Quetzalcoatl dio un bastonazo a
Tezcatlipoca y cayó al agua. Quetzalcoatl se hizo sol. Tezcatlipoca se
convirtió en tigre y devoró a los gigantes. Para entonces, los masehualte “la gente del pueblo” se alimentaba de hongos. Después de otros trece ciclos o 676 años, Tezcatlipoca
derribó a Quetzalcoatl del cielo y sopló tanto que se llevó a los masehualte y a los sobrevivientes convirtió en monos. Tlalocatecuhtli tomó el lugar
del sol. Duró 364 años. Los masehualte sólo comían aciciuhtli “vegetal
que nace en el agua”. Al final de esta edad, Quetzalcoatl llovió fuego del
cielo y quitó a Tlaloc de sol, puso en su lugar a su esposa Chaliuhtlicue que
duró 312 años de sol. En este tiempo, los masehuallte comían maíz “centli”.
Desde el nacimiento de los dioses hasta el cuarto sol hubo 1628 años. Al final
de esta edad, todo se cubrió de agua, el cielo cayó sobre la tierra. Los
masehualte se convirtieron peces. Ante la destrucción, los cuatro dioses
se reunieron, alzaron el cielo, crearon nuevamente a los masehualte y dejaron la tierra como está ahora. Empezó a brillar
el sol y la luna camina tras él.[12]
Los masehualte habían sido exterminados en cada uno de los
cuatro soles o mundos. En el “Quinto sol”, el mundo actual, volvieron
a nacer.
El culto a los muertos
Los nahuas creían, por las mitologías, que Mictlán o Mejtlo
“lugar de los muertos” pertenecía a la tierra. Creían en el alma inmortal y en una
vida al lado de los dioses. Asignaban tres lugares para el descanso de las
almas. Por ejemplo, los tlaxcaltecas pensaban que los nobles se convertían en
nieblas, nubes, pájaros de hermosas plumas o en piedras preciosas; los masehualte “gente del pueblo” se convertían en comadrejas, escarabajos, zorrillos y otros
animales.[13] Crían
que los muertos ocupaban un lugar al margen de ley
moral: el bien y el mal. Porque la vida después de la muerte dependía, relativamente, de la
voluntad de los dioses. Estaba relacionada al tonalpohualli “calendario solar”.
En el mundo, el deber del hombre nahua consistía en luchar y morir, para conservar el
mundo. [14]
Los antiguos nahuas concebían a la muerte como el ser y la nada. Sabían
que la posibilidad de no ser estaba en ellos y fuera de ellos. La nada de la
muerte nacía de su conciencia espiritual, no estaba determinada, sino
relacionada a los dioses por la práctica espiritual. Los nahuas pedían a los
dioses recibiera su muerte con felicidad, le pedían una muerte serena y placentera. Los nahuatlacas amaban los escudos y las flechas. Eran guerreros
feroces. Tenían el placer de reunirse, comían, bebían y hablaban. Los antiguos nahuas tenían
un gusto extraordinario por la muerte.[15]
Las almas de las personas que morían de enfermedad iban a Mictlán o
Mejtlo “lugar de los muertos", que es a la vez, hogar o casa de
Mictlantecuhtli “Señor o Dios de los muertos” (o Tzontemoc “Cabeza inclinada”) y su mujer Mictecacihuatl “Señora o Diosa de la muerte”. Por
esta razón, cuando una persona ha muerto y está postrada en el petate o la
cama, el motloquiehuale “el que presta su palabra”, dice al difunto:
“¡Oh! Hijo. Ya pasaste y padeciste los trabajos de esta vida, nuestro
señor te lleva, porque no tenemos vida permanente en este mundo, sólo estamos brevemente;
como nos calentamos del sol es nuestra vida.
Nuestro Señor Mictlantecutli o Tzontemoc y su mujer Mictecacihuatl quisieron
que nos conociéramos, que conversáramos unos a otros en esta vida. Ahora ya te
llevaron, ya te consiguieron un lugar, porque todos iremos allá. El lugar es para
todos y es muy grande. No habrá más memoria tuya.
Estás en el lugar oscuro que no tiene luz, ni ventana. No volverás a
salir de allí, tampoco cuidarás ni solicitarás nuestro regreso. Después de
haberte ausentado para siempre, habrás dejado a tus hijos pobres y huérfanos,
no sabrás cómo acabarán, ni cómo pasarán los trabajos de esta vida presente.
Y nosotros allá iremos adonde estarás desde hace mucho tiempo.” [16]
Después, uno de los parientes decía:
“¡Oh! Hijo. Esfuérzate y toma ánimo. No dejes de comer y beber. Tranquiliza
tu corazón. ¿Qué podemos decir nosotros a Mictlantecutli o a Mictecacihuatl?
¿Esta muerte aconteció porque alguien se burló de nosotros? Es verdad, así lo quiso nuestro señor, que este
fuera su fin. ¿Quién puede alargar nuestra vida, una hora o un día?
Nosotros hemos venido aquí a visitarte y consolarte con estas pocas
palabras, que somos padres viejos, porque nuestro señor ya llevó a los que eran
más viejos y antiguos, los que decían mejores palabras consolatorias a los
tristes. Y con esto ponemos fin a nuestra plática, los que somos tus padres y
madres. Quédate. ¡Adiós!
Luego, los ancianos cortaban papeles para el ritual. Tomaban al
difunto, le encogían las piernas, lo vestían y ataban. Tomaban agua y la derramaban
sobre la cabeza del muerto. Le decían: esto te gustó en el mundo. Tomaban un
jarrito lleno de agua, se lo daban y le decían: con éste habrás de caminar. Envolvían
al difunto con mantas. Los ancianos ponían los papeles en el cadáver, porque el
camino hacia Mictlán tenía muchas dificultades, los papeles servirían para
vencerla. Y entonces, decían: con éste pasarás en medio de dos sierras que se cruzan.
Luego, ponían otros papeles y decían: con esto pasarás un camino donde está una
culebra cuidando el paso. Ponían más papeles y decían: con esto pasarás a donde
está la lagartija verde, que se dice xochitonal, después ocho desiertos, el
viento itzehecayan.
Los viejos hacían otros preparativos al difunto: le ponían un
perrito de pelo rojizo, al perrito ponían en el pescuezo un hilo flojo de
algodón. Decían los que saben, que los difuntos montaban el perrito para pasar el
río del Mictlán, que se llama Chiconahuapa “nueve aguas”, río ancho y profundo.
Al llegar a Mejtlo, el difunto se presentaba ante Mictlantecuhtli y
entregaba los papeles que llevaban. También ofrendaba el hilo de algodón del
perrito, una manta, camisas, entre otras cosas.
A los ochenta días, los viejos quemaban al difunto. Hacían lo mismo al
cabo de año. Porque después de los cuatro años, el difunto salé y se va a los
nueve cielos del Mejtlo.”[17]
Mejtlo está hacia mictlampa o mejtlompa, es decir,
en el camino que se toma y sigue para llegar a la última morada, al lugar de
descanso, a la otra vida, a la casa de Mictaltecuhtli y Mictecacihuatl. El Mejtlo
está en el centro o debajo de la tierra, en el tlalxico “en el ombligo
de la tierra”.
Continuará…
Cera, E. (26-10-2023). El Valle de la piedra roja. [Video]. You Tube. Tomado
de: https://tinyurl.com/msxdbmby
¡TETELCINGO, Municipio Libre!
"Nuestra voz no clama en el desierto, clama en nuestro pueblo mosiehualteca".
¡TETELCINGO, Municipio Libre!
Oxon quiema, ma
mochihua, ma motequepanu.
Ijquehuo
queneque to tatzi, to nontzi.
¡No tata,
tona...!
"Ahora sí,
que se haga, que pase como es nuestra costumbre,
así lo quieren
nuestros dioses: nuestra madre, nuestro padre,
¡Oh! Mi Señor y Señora Sol...".
[1] Cfr. Séjourné,
L. (1964). Pensamiento y religión en el México antiguo, México/Argentina:
FCE. Traduccipon nuestra.
[2] Cfr. Tolstoï, L. (1902). Qu’est-ce
que la religion ? Paris : P. V. Stock, Éditeur. Traducción
nuestra.
[4] Cfr. León-Portilla,
M. (1993). La filosofía náhuatl, México: UNAM
[5]LEÓN-PORTILLA, M. (1999). Ometeotl, el
supremo dios dual, y Tezcatlipoca ”Dios Principal”. Estudios De
Cultura Náhuatl, Vol. 30. México: UNAM. Recuperado el 19 de octubre de
2023 de https://tinyurl.com/4mkc8m2t
[6] Citado
por Portilla, Códice Florentino, 1979, VI,120 r.
[7] Ibídem.
[8] Cfr. Soustelle,
J. (1996). El universo de los Aztecas, México: FCE.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem.
[11] Orozco
y Berra, M. (1880). Historia antigua y de la conquista de México, Tomo I,
México: Tipografía de Gonzálo.
[12] Cfr.
Ibídem.
[14] Cfr. Soustelle,
J. (1996). El universo de los Aztecas, op. cit.
[15] Cfr. Bataille, G. L’Amérique disparu,
en : Belón, J., Métreau, A. et. al. (s.d.). L’art precolombien,
Paris : Les Beaux -Art.
[16] Cfr. Sahagún. Cfr.
Sahagún, B. (1938). Historia general de las cosas de la Nueva España,
Tomo I, México: Editorial Pedro Robredo.
Pp. 283-287. Interpretación nuestra.
[17] Ibídem.
Interpretación nuestra.
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