Estimados ciberlectores, les comparto una historia antigua que recuperé hace
35 años, en el pueblo mosiehual de Tetelcingo, Morelos. El señor Ru Jusie Tezoquetl Xucheme (Don José
Barro Flores) comparte esta historia. El registro se hizo en lengua mosiehualcupa. El cuento es relevante, porque alude
a elementos simbólicos del territorio mosiehual. La historia es de Ru Jusie, la
narración es nuestra. Gracias.
“Palo de flores”
Erniesto Xiela Tetla
(Ernesto Cera Tecla)
Hace muchos fuegos nuevos, hubo en el tlajtocayotl (ciudad) de Huoxtepiek
(“Lugar de huajes”, hoy Oaxtepec, Morelos), un tlajtohuone (gobernante) de
nombre Cucutetzi (Tortolita) que tenía dos hijas, una de nombre Quetzalsohuotl (Mujer hermosa) y la
otra, Otzintzin (Aguita).
En el palacio de Huoxtepiek, Quetzalsohuotl y Otzintzin tenían una vida
llena de comodidades. Disfrutaban de los mejores tlatloyos, memelas, tlaxcales, atolocates,
quintoniles, papatlas… Las mejores bebidas exóticas: atole de jitomate, huamuchil, de masa;
champurrado. No se diga de los insectos: chapulines, chumiles y otros. No les
faltaban los postres: pinole, calabaza de dulce, camotes (amarillo, blanco y morado), tlolcacahuatl… Siempre
degustaban de todo. Siempre hacían lo que querían. Pero un día de luna llena, el
ocio trastocó sus pensamientos y decidieron salir de la comarca, sin el consentimiento
de su padre. Ese día, los rayos del sol se
esparcían por todos los rincones del reino. Se prepararon y salieron de su
palacio. Caminaron sin dirección. Se detuvieron en el primer pueblo, en Xochitencu
y disfrutaron los jardines de las flores más variadas y contemplaron los frutos
de los grandes huertos.
Más tarde, siguieron caminando y llegaron al pueblo de Xuchimilcatzincu
(“Atrás de los cultivos de flores”). El lugar era mágico: los manantiales
hacían ríos de agua, los pájaros graznaban en parvada, a cada instante; el aroma
de las plantas y las flores se esparcían en
los lugares más infinitos. El paraje era la cuna del sol brillante. Para
gozar mejor el lugar, Quetzalsohuotl y Otzintzin se separaron. La primera se
fue hacia el norte y la segunda, hacia el medio día. Otzintzin tenía 15 años,
llevaba trenzado el cabello de noche, portaba una falda (chincuete) y un cotón
(huipil), ambos del color del tlaxcale. El chincuete lo sostenía con una puoxanona
(faja) de arcoíris. Los huaraches de piel de venado embalsamaban sus pies. Otzintzin
se detenía a cada instante. Interiorizaba las cosas que veía y sentía. De tanto
placer en sus ojos, no se dio cuenta que la tarde caía sobre la espalda de las
montañas. De pronto, algo la paralizó. La detuvo la belleza de una flor llamada
hueloxuchetl o “flor de cabellito”, pero no de árbol, sino de planta. Era un
hueloxuchetl hecho de algodón. Tenía el color de la sal y era suave como el cabello
del elote. Otzintzin quedó pasmada. Sus
ojos brillaron de alegría y felicidad. Tomó la flor y la guardó en su pecho,
bajo el cotón (huipil). El ocaso empezó a mirarla sin discreción y decidió
regresar a casa.
No tatsi: Ru Alfonso Xiela Teculutl (Jiménez).
En su palacio, Otzintzin se quitó la puoxonona (faja), el chincuete
(faldita) y el cotón (huipil), para recuperar el hueloxuchetl de algodón, su
mayor reliquia, pero no encontró nada. La flor de algodón había desaparecido.
Otzintzin no supo que había pasado. No le dio mucha importancia. Los días, las
semanas, los meses pasaron. Después de tres meses, Otzintzin se dio cuenta que
estaba embarazada. Día tras día crecía su embarazo. Entonces, se preocupó. No encontraba
una explicación racional. Su papá, el tlajtohuone Cucutetzi se enteró del hecho
y tomó cartas en el asunto. Decidió casar a su hija, antes que los nahuatecos de la ciudad se enteraran del embarazo. Para
ello, ordenó a su comandante militar forrara un palo (morillo) de flores a
punto de brotar. Determinó que aquél que abrazara el “Palo de flores” y haga
brotarlas, ese casaría o llevaría a Otzintzin.
También le pidió que hicieran pública la invitación para que los jóvenes
participen en el ritual de cortejo de la hija del Rey. Así pasó, así se hizo.
Un día después de la invitación, llegaron muchos pretendientes que
querían casarse con la hija del Rey. Participaron jóvenes de varios pueblos: Huazulco,
Tepalcingo, Temoac, Amilcingo, Axochiapan, etc. Llevaron las mejores mazorcas,
el mejor maíz, el cacao más aromático, los más ricos cacahuates y camotes, los
mejores dulces de ajonjolí, las más deliciosas palanquetas. Pero los
pretendientes abrazaban el Palo y no brotaban las flores. Llegaban otros y
otros nahuatlatos y no pasaba nada. No había quién hiciera brotar las flores. El
tiempo no se detenía, caminaba de manera circular, sin detenerse.
Al otro día, el nahual mayor de Teteltzincu (“El pedregalito”), una
estancia de Huoxtepiek, anunció el mensaje que leyó del firmamento. Los mosiehualte no sabían qué, pero algo iba
a pasar. Ese mismo día, hasta llovió agua de culebra en el pueblo. El agua
corría por las calles como si hubieran abierto las puertas del mar. Los torrentes de agua se fueron debilitando,
poco a poco. La lluvia fue pasajera. Luego de la tormenta, en una casa de
chinamil (tallo de la milpa), Choletzi preparaba su chiquihuite para vender sus
tortillas en el tianguis de Cuojtlo (“Lugar de arboles”, hoy Cuautla). Y antes
de irse, le dijo a su hijo Tetlatzi, un joven de 17 años: “IXO, AMO TE QUISAS, INU TLAJTOHUONE CUCUTETSI
QUEPEA ICHPUX UO QUENEQUE QUENOMEKTIS, CACHI INU SOHUOCUNETSI YE USTLE. ¿QUIENE?
AMO, AMO TE QUISA, UNCO XEYE..." "Hijo, no salgas, porque el Rey
Cucutetzi quiere casar a su hija y ya está embarazada. ¿Cómo? No, no salgas. Aquí
debes estar.” Anunciada esta advertencia, Choletzi se fue
a vender sus tortillas.
Pasando el medio día, Tetlatzin se puso a organizar la leña tirada en el
patio. Sin querer, recordó las palabras
de su madre. Se percató que un grupo de guerreros del Rey Cucutetzi pasaba junto al tecorral de su casa. Se
escondió tras el muro de piedras e intentó vigilarlos. Escuchó que un guerrero dijo al
otro:
-¡Espera! ¡Detente! Vi a un muchacho en esa casa-y señaló la casa de
Tetlatzin.
Se detuvieron. Vieron al joven mosiehual y sin mediar palabra alguna,
entraron a la casa y detuvieron a Tetlatzin. Fue conducido a probar suerte a
Huoxtepiek. Al llegar a la ciudad, los soldados le dijeron al tlajtohuone:
-Señor, gran señor Cucutetzi, encontramos a este muchacho en el pueblo
de Teteltzincu.
-Bien. Que pase y que abrace el "Palo de flores"- respondió el
Rey.
Consternado, Tetlatzi acató la indicación. Pasó a probar suerte. Con sus
brazos del color de la tierra abrazó el “Palo de flores”. Y enseguida, las flores
empezaron a brotar, a florecer.
-Es tu suerte, mosiehual. Te
casarás con mi hija Otzintzin-dijo eufórico el tlajtohuone.
-Tómala y llévatela. Pero en esta ciudad de Huoxtepiek no pueden vivir,
tampoco en Xochimilcatzincu ni en Teteltzincu. Deben irse a otra ciudad, fuera
de mi reino, lejos de aquí. Deben buscar otras tierras, otro destino-repuso del
Rey.
Así, Tetlatzi, el nuevo esposo de Otzintzin, salió del palacio del Rey y
regresó a casa. Su madre ya había regresado del tianguis. No tuvo tiempo darle una explicación. Choletzi, al ver a su hijo con la hija del Rey, le dijo:
-Te dije que no salieras, pero no escuchaste, eres como un chechetu (perro), un verdadero chechetlacamozote (perro rabioso). Ahora, no pueden quedarse aquí.
Tomen sus cosas y márchense. Vayan a cumplir su destino a otras tierras.
Y así pasó, Tetlatzi de Teteltzincu se casó con la hija del Rey de
Huoxtepiek. Juntos recorrieron el mundo, hasta que apareció el quinto sol.
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