La cantina Luvia
de plata y la revolución del sur
Axcan quiema, taja uo naja "ahora sí, tú o yo".
Francisco Tenamaztle, nahua, alzado contra
los españoles en 1541-1556.
Ernesto Cera Tecla.
La revolución mexicana se gestó desde varias
matrices: clubes y partidos políticos, círculos de estudios, sindicatos,
etc. Cada clase social tenía su propio espacio de reflexión y acción política.
Sin embargo, la clase indígena y campesina no era parte de esas formas de organización. Emiliano Zapata, por ejemplo, solía reunirse en las cantinas, en los
toros, en las peleas de gallos, en las ferias del pueblo. En la cantina “Lluvia
de plata” decidió, junto con sus aliados, tomar las armas para combatir el sistema económico hacendario y al régimen político porfirista, así como para regresar las tierras a los
indios y campesinos de Morelos. Los indios mosiehualte tenían los mismos
hábitos políticos. El mismo año que asesinaron a Zapata, un grupo de mosiehualte
perdieron los planos del territorio teteltzinteca, por degustar unas cervezas en
una cantina del pueblo de Cuautlixco, Morelos.
De acuerdo a Magaña,
el 10 de marzo de 1911, segundo viernes de cuaresma, Emiliano Zapata, Torres Burgos, Rafael Merino y otros amigos se reunieron, en la
cantina “Lluvia de plata” del centro de la ciudad de Cuautla,
Morelos. Allí, en plena feria, entre pelea de gallos y copas servidas en la
cantina, decidieron lanzarse a la lucha armada, contra el régimen porfirista.[1] Hasta 1919, los zapatistas
pelearon por tortilla, tierra y democracia. No se doblegaron ante el poder político dictatorial
ni el poder económico de los hacendados.
Por la incorruptibilidad de Zapata, Carranza comisionó, en 1919, al general Pablo González para exterminar a la
población zapatista morelense. A su vez, el general González ordenó al coronel
Jesús María Guajardo (un norteño abiertamente racista) acabara con los
revolucionarios del sur.[2] Enseguida, Guajardo
tendió una trampa a Zapata y éste cayó. El líder de la Revolución del sur creyó
en la palabra de Guajardo y aceptó una alianza que se firmaría, entre tacos y
cervezas, en la hacienda de Chinameca, el 10 de abril de 1919.
El 10 de abril de
1919 fue un martes, día de Santa Magdalena. Ese día, una extraña
atmosfera de silencio y recelo parecía haberse apoderado de la Ciudad de
Cuautla. Antes de las dos de la tarde, las campanas de la iglesia
comenzaron a tañer con un ritmo lóbrego. La torre que inició el toque fue la
capilla que está al lado de la entrada de Cuautla. Como si se hubiesen puesto
de acuerdo entre sí, las demás campanas de todas las iglesias de la ciudad
contestaron a las primeras y Cuautla entera se vio envuelta en esa sonoridad
apagada, sorda en que vibran, como quebrantándose, las notas desgarradoras del
toque de difuntos.[3]
Sí, en esta fecha
maldita, el 10 de abril de 1919, a las 14:10 horas, un pelotón de soldados bajo
el mando de Guajardo descargó dos veces los fusiles en el cuerpo de Zapata que
cruzaba el portón de la hacienda de Chinameca. Acribilló, arteramente, al Jefe
supremo de la Revolución suriana.[4]
A las nueve de la
noche del mismo día, la columna de Guajardo pasaba frente al Señor del
pueblo (ubicado en el antiguo pueblo de Xochitengo) y se detuvo en la calle
Galeana, delante de una tienda que abría a la plaza principal. En medio
de la columna, sin jinete, marchaba orgulloso un caballo alazán. Pero no era que
careciera de jinete: doblado sobre la silla y fuertemente amarrado a ella con
una soga, se advertía el cuerpo de un hombre. No se podría decir de qué hombre
se trataba: la cabeza vencida, el cabello caído y los brazos colgantes,
inertes, indicaban tan solo que el hombre estaba muerto. Sobre la cabeza de la
silla del alazán estaba sujeto el sombrero del muerto: un gran sombrero de
charro con un águila bordada en la copa.
El general Pablo
González y sus oficiales se acercaron a ver. Guajardo tiró el cadáver en el
pavimento. González examinó con una linterna el rostro. Era realmente Zapata.
Fue llevado al cuartel de la policía local. Allí fue identificado por Eusebio
Jáuregui y se tomaron fotografías como pruebas.[5]
Al día siguiente,
el general González exhibió públicamente el cadáver. Profanó el cuerpo inerte para languidecer la
resistencia de los zapatistas sobrevivientes. Envió un lapidario mensaje al
lumpe proletariado: Zapata había muerto y sus ideales también. Craso error.
Frente al cadáver,
el general se dirigió a la muchedumbre y espetó:
—¡Este hombre
aquí muerto no es otro que el bandido Emiliano Zapata! ¡Pueden pasar a mirarlo
de cerca en grupos no mayores de cinco personas!
Nadie contradijo
al general González. Campesinos e indígenas se arremolinaron. Miles llegaron
desde los pueblos vecinos para ver el cadáver.[6] Las gentes miraban
hacia aquel hombre; sus miradas giraban en seguimiento del cadáver.
A unos cuantos
metros de allí, se escuchaba una música obsesiva y chirriante, música
de fonógrafo. Se trataba de la cantina “Lluvia de plata” con
puertas de vaivén, junto a la cual se encontraban unos curiosos que, con el
mismo movimiento que se veía en toda la gente, también se incorporaron en pos
de todos los demás. Alguien empujó desde dentro de la cantina las puertas de
vaivén y salió a la calle para mirar. Se trataba de una mujer, a ojos vistas
una mujer de la vida alegre. Era hermosa, aunque de una belleza marchita y
enviciada; vestía ropa de falsa seda y de una elegancia equívoca, el cabello en
desorden y el escote caído hacia un lado del pecho… Pronto, esta mujer se
encontraba en primera fila entre todos los presentes. Respiraba impetuosamente,
agitada, mientras sus ojos lanzaban destellos de odio. Todas las miradas
estaban fijas sobre el cuerpo del cadáver en medio del silencio.
Mural en la cantina "Lluvia de Plata", en Cuautla, Morelos.
Foto: Ernesto Cera Tecla, noviembre de 2023.
La multitud miraba hacia el punto donde se encontraba el cadáver de Emiliano Zapata. El rostro del cadáver estaba hinchado, lleno de equimosis y huellas de sangre seca, que no harían fácilmente reconocible su identidad. La mujer de la cantina tenía los ojos anhelantes, llenos de aguda penetración, fijo en el cuerpo del hombre muerto. A un lado, a espaldas de ella, un campesino de cierta edad reparó en la mujer de la cantina y se abrió paso hacia ella poniéndose a su lado. Le tocó el hombro con cierto disimulo y discreción.
Nombres de los personajes del mural inmediatamente anterior.
Foto: Ernesto Cera
Tecla, noviembre de 2023.
Campesino: ¡Oye, Güera!
La llamada Güera
volvió el rostro hacia el campesino que la requería. Su expresión cambió y se
suavizó.
Güera Reséndiz:
Dígame, don Chano.
Don Chano: Tú lo
conoces bien… ¿Es él…?
Don Chano clavó
una mirada anhelante, llena de ardiente esperanza. La Güera devolvió la mirada
comprensiva y sin esperar a más se lanzó por entre los soldados hasta el punto
donde se encontraba el cadáver. Se aproximó al cadáver y, después de mirarlo
escrutadoramente, como con desconfianza, se hincó sobre él y le abrió la camisa
para descubrirle el pecho. La mano de la Güera terminaba de descubrir el pecho
desnudo del cadáver y palpó encima del mismo; buscó con la mirada sobre el
pecho del cadáver como si estuviera segura de encontrar algo en particular. La
multitud contemplaba la acción de la Güera en medio de un silencio
extraordinario, increíble, en que parecerían escucharse las respiraciones de
todos los presentes. La Güera terminó de examinar el pecho de aquel cadáver y
luego se volvió hacia la multitud. De su garganta salió la voz con un tono
desgarrado, animal.
Güera: (Negando
con la cabeza) ¡Nooo! ¡No es Emiliano! ¡No es Emiliano Zapata! ¡No tiene la
señal que yo le conocí en el pecho! ¡Emiliano Zapata no ha muerto!
La multitud
parecía respirar con suspiro de alivio. La Güera negó en silencio, y ofrecía el
pecho desnudo del cadáver como invitando a que lo miraran.
Unos ambulantes
apartaron bruscamente a la Güera y tomaron el cuerpo de Emiliano para
introducirlo en un sucio vehículo donde fue conducido al cementerio. Un piquete
de soldados de caballería rodeó la carreta y el duelo se echó a caminar por las
calles de Cuautla hacia el panteón civil. A la distancia, con el aire
disimulado, la gente siguió el duelo, procurando no hacer grupos.[7]
Por el artero asesinato, Guajardo fue ascendido a general. Además, recibió $50 000 de premio del presidente de México, Venustiano Carranza.
El asesinato de Zapata golpeó
duramente a los pueblos indios y campesinos.
En los días
subsiguientes, la prensa conservadora, El Imparcial, El Ahuizote,
Multicolor y La República, publicó: se “purgó de
un elemento dañino”, murió “sanguinario cabecilla”, entre otros
vituperios. Triplicaron las caricaturas, dibujos, panfletos donde Zapata era un
tirano sanguinario. El general González no se quedó atrás. Publicó en los mismos
medios conservadores: “Desaparecido Zapata, el zapatismo ha
muerto”. Mataron físicamente a Zapata y quisieron sepultar la memoria
del Jefe sureño mediante la propaganda. Sin embargo, Zapata no había muerto.
No podía morir. Revivió al siguiente día, en la voz de los sobrevivientes zapatistas, en las consignas que aparecieron en las plazas públicas: "Rebeldes
del sur, es mejor morir de pie que vivir de rodillas.”
No sólo la prensa
conservadora festejaba la muerte de Zapata, sino también importantes
intelectuales. José Vasconcelos, intelectual conservador, escribió: Zapata
perfeccionó los sacrificios humanos con el uso de la ametralladora y junto con
sus hordas de forajidos destruyó la industria azucarera y el patrimonio del
pueblo.[8]
Además, luchó sin tregua contra Porfirio Díaz, Francisco I. Madero y
Venustiano Carranza. Fue un cobarde, un cabecilla sin méritos militares, un
demagogo, un pelele, un ignorante, iletrado y analfabeta.[8] Empero, indios y campesinos sabían
que los conservadores acusaban a Zapata de bandido, asesino y anexas, sólo porque tenía un cerebro que
pensaba, un brazo que ejecutaba la Revolución del sur y porque regresó
las tierras a los más desposeídos.
¡Bien!
En el mismo año
fatídico de 2019, una comisión teteltzinteca perdió los planos del territorio
de su pueblo ancestral. Después de conseguir una copia del original alojado en el
Archivo General de la Nación, la comisión pasó a tomarse unas cervezas en una
cantina del pueblo de Cuautlixco, en Cuautla, Morelos. Al día siguiente, la
comisión no encontró los documentos. Por esta razón, los comisionados
levantaron una acta ante el presidente de la cabecera municipal, para ampararse ante
cualquier acusación. El documento dice así:
“En la Heroica
Ciudad de Cuautla de Morelos, a las doce y cuarenta minutos de la tarde, del
día veintisiete de diciembre de 1919, ante mí, Abelardo Flores, Presidente municipal
de este lugar, comparecieron los CC. Juan Gadea, Tiburcio Rodríguez, Nicolás Balón,
Refugio Rodríguez, José Ascencio, Miguel Bobadillo, Antonio Casasanero,
Lorenzo Barbero, Juan Catonga, Manuel Pacheco, Manuel Real y José Tetla,
originarios y vecinos del pueblo de Tetelcingo, perteneciente a esta cabecera y
expusieron lo siguiente:
Que en
años pasados y con el fin de comprobar los linderos exactos que tiene el pueblo
de Tetelcingo, los vecinos del mismo, en junta, resolvieron comisionar a Francisco
G. Amaro, vecino de Atlatlahuacan y nativo de Achichipico para que sacara una
copia de un mapa original y que existe en la Ciudad de México. El mapa de referencia
fue sacado conforme al original y quedó al cuidado de los señores José Ascencio
y Miguel Bobadillo; que estos individuos sin consultar la opinión del pueblo se
trajeron el documento a esta presidencia a fin de que se les dijera si era
válido, habiéndoles contestado que lo era; que al volver los portadores del
mismo para su pueblo y al pasar por el pueblo de Cuautlixco se les unieron
Antonio Casasanero, Juan Merejo y Juan Catonga y en una cantina
estuvieron tomando algunas copas; que el plano lo pusieron en un chiquihuite
y quedó colgando de la cabeza de la silla de una mula, propiedad de Antonio
Casasanero; que los cinco citados individuos les dijeron que ignoran en qué
forma fue extraído el documento del lugar y hasta el día siguiente, ya en su
pueblo notaron la desaparición del mismo; que como dicha pérdida es de gran
trascendencia para su pueblo de Tetelcingo y más tarde alguna persona puede
decir que fue empeñado o vendido, no creyendo tal vez que se trate de un
accidente involuntario, los suscritos acordaron dirigirse a esta autoridad
municipal, pidiendo que se levantara una constancia para el futuro. H. Cuautla, Morelos, diciembre 30 de 1919. El
presidente municipal. Abelardo Flores.”[9]
Este hecho relatado en el acta conmocionó a los indios de Tetelcingo. Pues sabían que el año siguiente, en
1920, iniciaría el reparto agrario, bajo el gobierno emanado de la revolución.
Estaban ciertos que tenían que probar legal y legítimamente la propiedad
comunal del territorio. Por ello, pidieron a la autoridad auxiliar, Don Manuel
Villarreal Chicuemune, convocara a una asamblea general para colgar a los
responsables en la plaza pública del pueblo. La mayoría de la asamblea aprobó la ejecución.
Sin embargo, el Ayudante Chicuemune pidió a la asamblea enardecida una oportunidad
para consultar al gobernador del estado de Morelos, Dr. José G. Parres. La asamblea aprobó
la petición. Al día siguiente, el Ayudante tuvo una audiencia con el Ejecutivo de la entidad y expuso la problemática. El gobernador respondió: “Sr. Ayudante municipal,
no tiene caso ejecutar a los responsables del extravío, porque los documentos ya
no tienen validez, además, para eso se hizo la revolución, para repartir las
tierras a todos.” Esta fue la
respuesta del gobernador. No fue una sorpresa. El mandatario local, era, según la historia oral mosiehualteca,
un corrupto y alcahuete de los terratenientes. Por eso decía que los títulos primordiales no tenían validez. Finalmente, los comisionados que extraviaron el testamento del pueblo, no fueron colgados y los planos
y títulos primordiales fueron recuperados. Y el primer reparto agrario inició, en Tetelcingo, entre 1920-1921.
Los mosiehualte de Tetelcingo, 1940.
En resumen, la insurrección zapatista se gestó en la cantina “Lluvia de plata” y no terminó con la muerte del caudillo, pues los jefes sobrevivientes eligieron al general Gildardo Magaña para continuar la insurgencia. Por su parte, el general Obregón desplazó paulatinamente a Carranza y abrió la puerta a la demanda agrarista. Los zapatistas y Obregón llegaron a un acuerdo: los pueblos indígenas y campesinos se quedaban con las tierras tomadas a través de las armas e iniciaría el reparto agrario en el siguiente año. Las bases legales y constitucionales del reparto agrario estaban puestas.[10] En fin, Zapata ganó la guerra. Zapata no murió. ¡Zapata vive!
"Libertad, autonomía, justicia y usos y
costumbres"
"Vox nostra non clamantis in
deserto, nostra clamantis in civitas mosiehulateca".
¡TETELCINGO, Municipio Libre!
"Nuestra voz no clama en el
desierto, clama en nuestro pueblo mosiehualteca".
¡TETELCINGO, Municipio Libre!
Oxon quiema, ma mochihua, ma motequepanu.
Ijquehuo queneque to tatzi, to nontzi.
¡No tata, tona...!
"Ahora sí, que se haga, que pase como es
nuestra costumbre,
así lo quieren nuestros dioses de la dualidad:
nuestro padre, nuestra madre...
¡Oh, nuestro Dios y Diosa Sol!
Post data.
Parra, V. (28-11-2023). Gracias a la
vida [Video]. You Tube. Tomado de: https://tinyurl.com/yckvcry9
Ochoa, A. (28-11-2023). Jacinto
Cenobio [Video]. You Tube. Tomado de: https://tinyurl.com/34r27ytv
[1] Gildardo
Magaña. Emiliano Zapata y el agrarismo en México, t. I,
INEHRM, México, primera edición, 1937; ed. actual, 2019. Pág. 155.
[2] Cfr. Juan José Flores Rangel. Historia
de México, Cengage Learning, México, 2019.
[3] Seguimos
el guion escrito por José Revueltas, En: Zapata, Plaza y Valdes-CNCA, México,
1955. Pp. 9-10. El cambio del tiempo verbal en la narración, de presente a
pasado, es nuestro.
[4] Cfr. John
Womack Jr. Zapata y la revolución mexicana, S. XXI, México, 1969.
[5] Cfr. Ibídem. Pp. 323-324.
[6] Ibídem.
[7] La visión conservadora de Vasconcelos sobre los hechos históricos del país no ha terminado. Hoy día, no pocos historiadores (en las Universidades públicas y Centros de investigación histórica) siguen pensando que el Sistema de haciendas permitió la prosperidad económica de México. Véase, por ejemplo, el debate protagonizado entre el historiador Enrique Krauze y el antropólogo Claudio Lomnitz: “La historia en ruinas” Vs. “El mártir de Chicago”, artículos publicados en la revista mexicana Milenio, el 11 de mayo de 1998. Lomnitz sostiene que Krauze reproduce, en Biografía del poder (1997), los principios de la historia oficial, una “fábrica de historia”, para su uso personal. Krauze pide, dice Lomnitz, una “democracia sin adjetivos” para México, pero es incapaz de hacer una “historia sin opiniones”.
[8] Cfr. Jesús
Sotelo Inclán. Raíz y razón de Zapata, CFE, México, 1943.
[9]
Documento del archivo agrario de Tetelcingo. Acta del 27 de diciembre de 1919,
certificada por el presidente municipal de Cuautla, Abelardo Flores.
[10] Cfr. François Chavalier. Un facteur décisif
de la révolution agraire au Mexique : Le soulèvement de Zapata 1911-1919.
En : Annales. Économie, Société et Civilisation, 16 année,
N. 1, 1961, pp. 66-82.
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