viernes, 23 de julio de 2021

 

Parlamento 36 y 37: Cortés vs. Sacerdote azteca

 

Ernesto Cera Tecla

 

Estimado lector: enseguida te comparto un texto curioso, extraño, que encontré en la Biblioteca Nacional de Francia. Es un texto, a todas luces, del siglo XVI: por el tipo de alfabeto, léxico y contenido; además está dirigido al “ilustrísimo señor don Diego de Acuña caballero del hábito de Alcantara”, que, según algunas fuentes, tuvo función en la primera mitad del siglo XVI. El texto es por demás interesante y muy valioso: primero, porque dice la nota a pie del parlamento (discurso) de Moctezuma, que la fuente es un escrito en lengua mexicana en poder del intérprete Gerónimo de Aguilar, que de mano en mano, llegó al doctor Luis Pereira de Ovidos; segundo, porque el contenido del discurso hace una crítica sistemática al discurso (o parlamento) de Hernán Cortés. Sin duda, habría que saber si ese manuscrito en lengua mexicana existe. Por lo pronto, podemos decir que la crítica que hace el sacerdote azteca tiene un tono similar al que encontramos en el discurso que elaboraron los sacerdotes aztecas en el  Coloquio de los doce de 1524. También aporta un dato que se ha hecho de menos por varios historiadores: que Marina o Malintzin fue esposa de Gerónimo de Aguilar, una idea que encontramos igualmente en la obra de Camargo, “Historia de Tlaxcala”. Finalmente, en la paleografía respetamos el léxico y la sintaxis del texto de origen. Espero disfruten el texto en comento.


El texto tiene el siguiente título: Libro discreto y curioso y en lección varios, llamado recopilación de parlamentos sabios y de razonamientos discretos, de prudentísimas letras y elocuentísimas respuestas, de sentencias y razones muy graves y elegantes, de sumos pontífices, de emperadores y de reyes, de príncipes y señores grandes de doctísimos y sapientísimos varones, recopilado por muy alto modo y por muy elegante estilo: no con poco trabajo, sino con estudio inmenso. Dirigido al ilustrísimo señor don Diego de Acuña caballero del hábito de Alcantara, comendador de Oznos, y del real consejo de guerra de su Magestad: su lugar teniente, su gobernador, y capitán general en los reinos de Guatemala y se presidente en la Real Audiencia  de ella.

 Parlamento 36

Parlamento que hizo Hernando Cortés, Marquéz  del Valle de Oaxaca, al gran rey y emperador Motecuzoma, señor que era de cuasi la mitad de la América, desde el norte hasta los confines de Costa Rica, en presencia de todos los de su corte, caballeros y nobleza. (El diálogo) se hizo por interpretación del soldado llamado Gerónimo de Aguilar y de su mujer, Marina.

 

Aunque es verdad o gran rey Motecuzoma, príncipes y caballeros de la gran corte mexicana, que todos los hombres del mundo, somos de una misma naturaleza. El muy alto y poderoso Dios creador y autor de todos: puso esta diferencia entre nosotros mismos, que los más prudentes y más discretos y más sabios enseñasen lo que más convenía saber a los bárbaros y rudos. Y ahí aquellos que de Dios nuestro señor y creador tienen conocimiento más alto que es saber verdadero, esos tienen más obligación  de dar de él larga copia  a los que de él no tienen ningún conocimiento ni noticia y tienen aún esa ignorancia tan grande y falta en su entendimiento tan terrible.

 

Esto que les he dicho hermanos y amigos es a fin de decirles como el gran Rey de las Hespañas Carlos Quinto, el mayor Rey y Emperador del mundo, príncipe muy  católico y cristiano, me envía por embajador suyo. Por lo cual he venido a estos vuestros reinos y Estados, no por mi propio provecho, sino por el bien y voluntad de todos ustedes, como lo dejarán de ver por los efectos.

 

Vengo de parte de mi Rey y señor a tratar la paz y amistad, que de aquí en adelante con él hay que tener, y también a darles leyes y buenas maneras de vivir, a apartarlos del engaño y ceguedad en que están, a sacarlos de las pésimas costumbres y de tener muchas mujeres y otras cosas feas y abominables envejecidas por antiguas costumbres.

 

Vengo también a hacerles saber que hay un solo Dios y verdadero, en personas vino y en esencia uno al que deben adorar y servir y en él solamente como verdadero deben creer. Porque al mismo Dios y señor adoramos nosotros los cristianos y en él creemos y a él obedecemos y servimos y aunque es verdad que no lo hacemos también como debíamos, pero al fin lo hacemos como podemos. Porque él es tan misericordioso y tan manso y afable que cuando está la falta en que un hombre más no puede, entonces de buena voluntad se satisface y se sirve. Y ella es una de sus prerrogativas excelentes: el recibir de los que le sirven aún las buenas intenciones.

 

También vengo a abrirles los ojos, para que no estén más tiempo engañados y sepan todos que los ídolos que tienen en sus templos, son lodo y son barro, son madera y trozos, son Dioses muertos, o para mejor decir son mortíferos demonios: que ni tiene poder para darles vida, ni para librarlos de la muerte y si les parece que alguna vez les habla el ídolo de madera y barro por alguno de  sus sacerdotes, no es porque tenga ser, ni vida ni habla, sino el demonio habla por él, como por instrumento, que muchas veces para mayor engaño suele estar dentro del ídolo y de esta manera los tienen estos endemoniados ídolos, engañados, porque creen en ellos y les matan y sacrifican a sus hermanos y a sus mismos hijos y con esta ceguedad y engaño caminan hacia los abismos, adonde tienen ya los demonios las ánimas de vuestros antepasados, en los infiernos.

 

Por manera amigos que lo que nos ha movido a venir a estas tierras a mí y a mis compañeros y al gran Rey de las Españas a enviarnos, no ha sido otra cosa que a enseñarles la verdad y a ponerlos en el camino verdadero de la virtud: y en la puerta por donde deben entrar en la Christiana religión. Y no piensen que venimos acá por sus haciendas ni por sus tierras, sino por sus personas y por sus almas. No venimos a buscar sus tesoros ni a pedirles sus dineros, sino a darles buenos y verdaderos consejos.

 

Y así deberán de saber y lo han visto que todo lo que es de ustedes no lo hemos recibido, sino aquellos que no podemos excusar. Y ustedes han gustado de concedernos. Porque los Christianos tenemos Ley, que demos a todo lo que hubiere menester de lo nuestro: y que no tomemos a nadie lo que fuere suyo. Ni tampoco nos han visto llegar a sus mujeres, ni a sus hijas. Porque nosotros al fin no tratamos de escandalizar sus conciencias, sino de salvar sus almas. Por manera hermanos míos, que todo nuestro blanco no es otro que su general provecho: y nuestro particular peligro.

 

Prosigue el gran Hernán Cortés y concluye persuadiendo a Montezuma, y a los suyos, que se bauticen y sean Christianos, para que entre ellos y los españoles tengan paz y amistad como verdaderos amigos y considerados.

 

Volviendo pues a lo que más importa para el bien y salud de todos ustedes, príncipes y caballeros mexicanos. Han de saber que aunque todos los hombres del mundo consideran que hay Dios, no todos saben acertar, ni todos atinan a conocer cuál es el verdadero Dios, si es uno o muchos. Lo que yo les quiero enseñar brevemente es que ni hay ni puede haber otro Dios, si no es él en quien todos los Christianos creemos, y a quien los católicos adoramos; el cual es uno eterno y sin fin: el cual hace y conserva todas las cosas, y el que los cielos y la tierra gobierna y rige.

 

Por manera que todos somos hijos de este Dios todo poderoso, y si queremos volver a nuestro principio y si queremos gozar de este Dios que nos crió, y nos hizo, es necesario que seamos piadosos e inocentes, buenos y convencibles y que no hagamos más mal a nadie, del que no queremos que a nosotros nos hagan. Y que todo el bien que para nosotros deseamos: ese mismo procuremos hacer a todos, ¿quién de ustedes querría que le matasen? Pues  ¿por qué a sus hermanos y próximo matan? Y aún después de muertos ¿dicen que los comen?

 

Díganme ¿por qué razón debiendo adorar el Dios verdadero, autor y criador de toda criatura: adoran a las estatuas de piedra y de madera? ¿Que ni pueden darles ni quitarles cosa ninguna? No les pueden dar salud ni alanzaros la enfermedad: no tienen poder para darles la muerte, ni menos pueden alargarles la vida. Pues si esto es así hermanos míos,  de qué les sirve adorar a los ídolos y hacerles sacrificios ¡horribles! La adoración se debe a un sólo Dios verdadero: y al mismo se debe hacer toda ofrenda y sacrificio. El cual no quiere ni se sirve de sacrificios de hombres muertos, ni de la sangre sacrificada de hombres vivos, ni de la oblación de cuerpos humanos despedazados: sino de corazones limpios, virtuosos, santos, justos y enteros. Y hago saberles más, que estos sus sacerdotes antiguos y ministros de sus templos y de sus Dioses falsos, los traen engañados a todos con las mentiras que les dicen los demonios, que les hablan por las bocas de los ídolos. Huyan hermanos de dar crédito a lo que les dicen si no quieren ir al infierno, donde ellos van y adonde los demonios como ministros suyos los llevan, a pagar todo el mal con que los engañan. Y nosotros a sacarlos de ese engaño en que están hemos venido y por eso hemos emprendido camino tan largo y trabajoso. Y así será razón que ustedes tengan ésto en mucho.

 

Y por remate de todo les hago saber que el emperador del mundo, Rey de España y señor nuestro, muy presto nos enviara aquí ministros del santo evangelio, que como sabios les instruirán en la fe de nuestro señor Jesuchristo y les laven con el agua del bautismo sagrado: sin lo cual no puede ser Christiano ninguno. Y porque no les parezca que venimos desapercibidos al presente: también traemos aquí un padre sacerdote, el cual queriendo ustedes, los puede bautizar a todos y ahí les ruego mucho que se vuelvan todos Christianos; para que como hemos de ser hermanos en perpetua paz y concordia, lo seamos también en la verdadera fe y creencia. Fin.

 

Esto fue lo que dijo el gran Cortés Marquéz del Valle al gran emperador Montecuzoma y todos los de su corte. Y al otro día se fueron él y lo suyos a derribar y quebrar los ídolos de los templos, a coger y robar la plata y oro que había en ellos, por donde incitaron contra sí la furia de los mexicanos, que por poco fueran todos los españoles aquél día muertos y consumidos; si Dios nuestro señor no los guardara para otros mayores hechos y más valerosos.

 

El Abad def. frontes. Libro 6, capítulo 23, párrafo octavo.

 

Parlamento 37

Parlamento que hizo un antiguo viejo, ministro de los ídolos y de los templos que tenían los mexicanos: hablando con el gran Cortés y con los suyos cuando entraron en el templo: a quebrar y derribar los ídolos, y a quitarles los sartales de plata y oro, y piedras que tenían al cuello colgados. Les respondió elegantemente  y graciosamente, a todo lo que en el parlamento pasado había dicho Cortés delante de Montezuma y de los de su corte. Es sobre manera gracioso y digno de ser leído de toda persona sabia.

 

¡Oh! Capitán que eres de aquél gran rey Carlos Quinto y embajador, que te llamas del emperador del mundo: óyeme por cortesía y escúchame  de buena gana por quien presumes: que no es mucho que tu oigas de grado ahora lo que yo te quiero decir, pues me llevaron a mí  ayer contra toda mi voluntad a que te fuese a escuchar y también te ruego por vida de tu Rey que te sirvas perdonarme la culpa: si diciéndote la  verdad recibieres alguna pena, que en caso que yo te diga alguna mentira, yo te perdono desde ahora si me quieres cortar la cabeza. Porque el sacerdote y el ministro que en la República es mentiroso; con mucha razón y justicia merece ser descabezado.

 

Ya me ves aquí, tú y los tuyos que soy muy  viejo, y con la gota estoy muy  impedido y ahí no sirvo demás que de mirar no se hurte alguna cosa en este templo. Acá entre nosotros haré tanta fe lo que dice un hombre anciano y se da tanto crédito a lo que ve un sacerdote solo, como a veinte  testigos juntos, los más verdaderos de este imperio, y no debes tú ni los hijos espantarse de verme tan gotoso y viejo, guardar los ídolos y sus tesoros: debiendo antes estar regalado en el hospital de los enfermos. Porque entre nosotros los septentrionales indios, aunque les parezcamos muy bárbaros, tenemos por costumbre buena, el morirse sacrificándose en los templos de nuestros sacerdotes: como ustedes tienen por hora morir peleando en los campos, sus capitanes. Y también porque sería una injustísima que aquellos que suelen sacrificar a tantos, les faltase al fin de su vida quien los sacrificase a ellos.

 

Y aún por esta razón cuando yo los vi a ustedes entrar por esa puerta con mano armada no me pareció (que) venía a rezar al templo la gente de guerra; sino que venía a hacer sacrificio de mi vida. Verdad es que con el ruido que ustedes traen, huyeron los otros sacerdotes, mis compañeros, los unos porque más mozos que yo, tenían mujeres, píes para huir, y los otros porque también pensaron que los venían a matar, y ahí de esto como de lo otro tampoco es razón para que se espanten,  porque la casa adonde ustedes saben que hay oro y plata, sabemos los que están acá en guarda de ella, que no tienen la vida segura, y también porque por muy viejos que sean los hombres en esta tierra; hacen mucha diligencia por conservar la vida, y a nosotros los sacerdotes nos tiene enseñada la experiencia, que aunque ahora los ídolos reciben los que sacrificamos de buena voluntad; ordinariamente vemos morir a los sacrificados de mala gana.

 

Yo doy muchas gracias a vuestro Dios el cual dijiste ayer nos da lo que nos abunda, y ninguna doy a los nuestros Dioses porque me han quitado lo que me falta, yo tengo lengua para poder hablarles, y ya ven que me faltan mis pies para poder huir, y pues aquí me tienen, a pie quedo, y fui llevado ayer por fuerza a oír su largo reconocimiento; no dejaré de decirle ahora todo lo que tengo pensado, mientras ustedes andabas saqueando este gran templo. Aunque luego que acabe de decir tengan de mi de mí sacrificio. Porque por ningún acontecimiento de la vida dejaré de decir lo que siento en este caso, porque de la obligación de mi oficio y de mi mucha ancianidad; y aún autorizado, y no es razón salga… que no huela a mucha virtud.

 

He oído ¡Oh! Capitán extranjero tu embarcación y escuchado tu larga parábola, y ojalá que los tuyos y tú lo hicieras bien, así como tú lo platicas, ojalá fueran tus obras como tu predicación, yo me holgara que como tú ayer con tu sermón por parar me hicieras llorar; que hoy con tu ambición no me pusieras en mucha ocasión de reír. Ahora, ven acá amigo, ¿no fuera bueno que el señor que te envía acá, a nuestra tierra, te diera alguna epístola, para que creyéramos todo lo que tú has dicho en tu plática? A mí me parece que no fuera malo que nuestro emperador Montezuma, viera por lo menos acá su letra y su firma, y con eso tuviéramos alguna creencia tu embajada, porque los Reyes y Príncipes  no explican a otros príncipes sus voluntades solamente con palabras simples, sino también con cartas firmadas de sus nombres, porque no siendo así se simularían embajadores los masehuales…

 

Y no entiendas amigo que nuestro Rey Montezuma tan poco sabe: y que los de su corte saben tan poquito, que de todo lo que digo no estén al cabo. Por demás ahora caso que en tu tierra no hubiera quien supiese o en que se pudiere escribir, o ese gran Rey que tú dices se desdeñase, de lo querer hacer y que de verdad ¿se haya querido fiar más de palabras que de cartas? Pregunto yo, en tu tierra por ventura ¿no había otro mejor que tú que trajera esta embajada? Ese mayor Rey del mundo, cuando envía sus embajadores a otros reyes ¿suele enviarlos con los peores hombres? Porque acá, entre nosotros los indios, aunque os parezcamos bárbaros, cuando nuestro rey envía embajadores, los unos a los otros, siempre envían los hombres más generosos y escogidos: aquellos que son más peritos y elocuentes en las lenguas, más ilustres y escogidos en las familias; y al fin los que son más virtuosos y más prudentes: y no los que son más defectuosos en las virtudes, porque por los embajadores que vienen a nuestros reinos, sacamos el concierto de las cortes de los reinos extraños.

 

A ley de ministro de los ídolos os juro, que si en la corte dicho gran rey que os envía, no hay otros hombres mejores para embajadores, que debe de estar toda su corte corrompida en las costumbres, porque como averiguada es, que cuales embajadores parecen, tales quedan las cortes donde ellos salen, y no os parezca a vosotros que va poco en que sea el embajador noble, cuerdo, sabio y virtuoso: que no va sino muy mucho, porque el embajador bueno y escogido honra a su príncipe: y el malo no solamente afrenta a su príncipe, pero también infama a toda su corte, porque la gloria y grandeza de los príncipes resplandece en la virtud y nobleza de sus embajadores.

 

Todo esto les he dicho amigos por lo que les quiero decir, ustedes dicen que vienen acá a hacer paces: y vemos que nos han metidos a todos en guerra. Dicen que vienen por la salud de las personas y han quitado a infinitos hombres la vida. Dicen que vienen a hacer amigos a su rey y al mío, y han entrado robándonos como adversarios. Dicen que vienen acá por nuestras almas y vemos que saben que cargar con nuestras haciendas. Dicen que han venido a darnos buenas maneras de vivir y vemos que nos han enseñado nuevas maneras de matar, crueldad que hasta ahora no habíamos visto y maldad que jamás habíamos oído.

 

Y más que no se contentan con matar hombres y con forzar mujeres y con hurtar doncellas, y con saquear casas y con destetar niños, con robar tesoros, y con asolar pueblos, sino que vienen a robar templos, y poner sus manos sacrílegas en los ídolos que acá tenemos los indios por santos. Pues según esto no se espantan porque pongamos los hombres las lenguas en ustedes, sintiéndonos tan lastimados, porque el corazón lastimado lanza así mucho de su pena, cuando por no poder más las manos lo rebota por la boca, lo que les quiero por lo dicho decir es, que no solamente no tengo a ustedes por embajadores de príncipes: sino que si son como dicen de la grande España, son las heces y la escoria de los españoles: según son malísimas sus obras y sus costumbres.

 

Y más que me cae muy en gracia el oírlos decir que vienen acá a darnos leyes; yo les juro por el mayor ídolo de esta casa, que cuando vuelvan  a su patria no hallarán en ella piedra sobre piedra que no esté asolada  y destruida. Amigos míos, nosotros tenemos acá leyes propias y no tenemos necesidad de leyes extranjeras. Nosotros obedecemos al emperador Rey nuestro y pagamos a éste su tributo y cada uno goza en paz lo que es suyo sin perjuicio de su vecino. Los hijos obedecen a sus padres, los maridos tienen dominio sobre sus mujeres, cultivamos y beneficiamos los campos, y somos señores de nuestros tesoros pocos o muchos. Los que no tenemos tesoros también es ley que vivamos contentos: porque la mucha riqueza nunca nos alarga la vida y siempre nos desasosiega la persona.

 

Acudimos también a nuestros templos y haremos a su tiempo nuestros sacrificios, damos a nuestros ídolos lo que tenemos porque los tengamos contentos y propicios en todos nuestros negocios e infortunios. No les damos mucho cuando les damos porque haya bastante para darles a todos: porque ellos más quieren poco de muchos, que no mucho de pocos y otra cosa más que los que comenten defectos conforme a la gravedad de ellos son castigados y a mi parecer son buenas, y son antiguas estas leyes que acá tenemos y ahí poca necesidad teníamos acá de las nuestras modernas porque no hay más cosa que más eche a perder las tierras y provincias  y destruya a todas las Repúblicas: que consentir leyes nuevas y dejar introducir en ellas costumbres peregrinas.

 

Una sola cosa pueden decir ustedes y es ésta, que son estas leyes pocas para tantos, porque en realidad de verdad los indios somos muchos. A esto respondiendo digo, que nosotros nos bastarían pocas leyes si fueran muchas las buenas costumbres y más les digo que cuando sus leyes fueran muy buenas y conocidamente mejores que las nuestras, hubiera sido muy bueno, que antes que partiesen a su tierra ha nosla traer: os informadores primero, sino otros acá gastaríamos de las recibir cuanto y más que cuando los legisladores  son tan culpables no me parece pueden ser sus leyes muy inocentes. Ustedes son disolutos, son facinerosos, son tiranos, son homicianos, son sacrílegos, son adúlteros, son incorregibles y son incomportables: si tales son pues los legisladores, que tales piensan que pueden ser sus leyes.

 

De qué sirve ahora hermano venir a engañar a nuestro Rey Montezuma, diciendo por una parte que le traen buenas leyes de allá de España, y por otro nos robáis todo lo que tenemos acá en nuestra tierra. De qué sirve engañarnos a todos  al principio, sólo color de concordia y al fin descubrir los corazones llenos de codicia. Si querían usar del derecho de las gentes, entraran en más tierras, como tratantes a vender y no vinieran como pirata a robar. Ustedes entraron tiranizándonos las tierras y las cosas, entraste haciendo poblaciones nuevas y tomando posesión de las que teníamos acá antiguas: como si ellas hubieran sido en algún tiempo nuestras, quitarnos nuestras haciendas, robarnos a nuestras hijas, mataron a infinitas personas,  y quieres persuadirnos con ésto a que nos traen leyes muy extremadas.

 

A ley de bueno os juro que nuestro emperador que os ha recibido en su palacio y os ha dado y repartido de su tesoro y os ha consentido… en su reino (parlamento 37, pág. 93, último párrafo), que merecía que todos nosotros juntos en castigo, le privásemos y lanzásemos del imperio todo. Porque Rey que vende a sus estados y reinos por sus dineros propios y príncipes que pone a sus tierras y vasallos en manos de hombres advenedizos, indigno es, y muy indigno que le paguen los suyos ningunos tributos, ni le sean tributarios algunos pueblos.

 

Él se ha fiado de vosotros entendiendo que veniades a ser sus amigos verdaderos: pero ende aquí, os fío yo, que vosotros les seais grandes enemigos y que vengaís a quitar la libertad de su persona y la propiedad de su riqueza y el gobierno de su República y ojalá no le quitéis también la vida. Porque el príncipe que en los negocios arduos es muy cabezudo y no toma con los ancianos una y muchas veces consejo, antes está muy casado con su parecer propio, y no contento con esto es inconsideradamente resoluto: el príncipe fuerza es le venga a suceder algún caso muy desastrado (de sastrozo) o por lo menos que venga a caer en un grandísimo peligro.

 

Prosigue el viejo sabio y satírico su parlamento, y concluye por estilo muy alto, diciendo que se ha espantado todos los indios de ver que fundo los soldados de cortes católicos y políticos, tengan tanta codicia de los tesoros de los bárbaros.

 

Pero dejando ahora las cosas de mi emperador y de su reino  en el estado que él mismo quiso y volviendo a las cosas que pertenecen  a este gran templo, digo que ayer si bien me acuerdo, dijiste al emperador y a los más señores y caciques, que nos e fiaren de sus antiguos sacerdotes, ni dieran crédito a sus mentiras, ni embustes, y que eran ministros de los demonios y que tiempo vendría en que los pagaríamos en los infiernos.

 

Oh! Hombres blancos, oh, hombres advenedizos, oh hombres codiciosos, oh enemigos tiranos: que tened sed insaciable de los tesoros de los pobres indios: sólo vosotros lo sabéis todo, y entre nosotros no hay ninguno que sepa nada. Vosotros solos tenéis completo juicio, y nosotros acá ¿somos falto de entendimiento? ¿Solos vosotros merecéis ser señores? ¿Y a todos nosotros hacéis dignos de ser esclavos? ¿Queréis nos hacer en creyentes con todo lo que robáis os es lícito a vosotros? Y alláis que está mal empleado lo que nosotros heredamos de nuestros antepasados.

 

Una cosa os quiero preguntar: si vosotros habéis entrado como corsarios y ladrones; ¿porqué usurpáis el oficio de los sacerdotes y a los predicadores? Muy en gracia me cae a mí veros, por una parte que os ponéis a predicar y os veros por otra, robar. ¿Quien os mete hermanos a reprender nuestra vida, tendiendo la vida tan disoluta? Y deus que vio blanco no es otro que el provecho de nuestras personas: a mi fe que el oro blanco es el oro amarillo de nuestras tierras, y hay la negra pobreza de nuestras casas y no solamente las más, pero lo que peor es las que los ídolos tienen por suyas, y adonde tienen depositadas más limosnas.

 

Si yo os viera amigos, que solamente derribaban los ídolos y dejaban los tesoros, yo dijera que lo hacían por ser de vuestra presunción y no según nuestra opinión  codiciosos e interesados, si yo os viera derribar al ídolo de madera o de barro, sin tocar en el oro y la plata, que tenía al cuello, yo creería que ustedes lo hacían  por alguna virtud, y que no se dejaban llevar por la ambición. Pero lo que he visto es que al ídolo que no tenía ni oro ni plata, ni piedras preciosas, lo echaban a rodar por las escaleras, y al que tenía collar de oro, piedras o medallas ricas: a ese lo tomaban con gran alegría en vuestras manos… y no les faltaba más que meterle dentro en las entrañas.

 

Yo estoy maravillado amigos y no acabo de entender qué pecado ha sido el de estos mis ídolos: pues lo que en tantos años por devoción les habían dado sus devotos: se lo han quitado en un momento la codicia de los tiranos, venid acá amigos, lo que no habéis metido en este templo en razón de lo mucho que habéis hurtado debiádes hacer sacrificio. ¿Porqué con tan grande inhumanidad lo metéis a saco? En lugar de venir aquí con humildad a ofrecerlo. Entráis con tan grande soberbia a robarlo. ¿No os contentáis con tomar lo que teníamos los hombres malos? ¿Sino también estafais a los ídolos, que tenemos por sanitos? Digo que no puede igual maldad a la vuestra imaginarse en el suelo: ni semejante sacrilegio, ni tiranía se vio jamás en el mundo.

 

Matarás, estafarás, robarás, tiranizarás, en hora mala a los hombres que al fin son hombres, son sensuales, son pecadores, son incorregibles, pero ¿qué culpa tienen los Dioses  que todos los tenemos por inculpables y por inocentes? ¿O animales racionales u hombres que os llamáis españoles? Aunque más parecéis bestias silvestres según vuestras grandes inhumanidades de qué sirve venirnos a engañar a los indios simples, cuanto es para mí, yo estoy harto de ser engañado. Y así aunque ayer oí vuestra plática y vuestras palabras buenas, viendo hoy vuestras obras tan malas y vuestras conciencias tan rotas, hago cuenta que para todo lo que dijiste ayer, tenía sordas las orejas.

 

También dijiste ayer que los sacerdotes de los ídolos son necios, e ignorantes: yo no sé ¿cómo nos retratas de lo que nos dijiste, ahora aquí adelante los Dioses? Pues debes saber que acá los sacerdotes son más prudentes y más sabios que vosotros allá los hombres blancos porque si vosotros deprendiste lo que saben con los hombres que saben poco: nosotros el saber que tenemos lo deprendimos con los Dioses que saben mucho. Y la capacidad que tienen los hombres para deprender no llega a la capacidad que tienen nuestros ídolos para enseñar, y digo más que si los dioses en lo que nos enseñaron nos han engañado  y mentido: la culpa yo a ellos se la atribuyo y no a otro. Y aún quizá por ello han venido sobre ellos el castigo de vuestra mano, y todo lo que aquí con ellos han hecho, está muy bien empleado, pero si no nos han dicho la verdad, como sabios, ¿qué culpa tienen ellos, ni tenemos nosotros? Ustedes dicen que sólo un Dios es verdadero y este que es el mismo Dios y señor de ustedes y este que es todopoderoso. Si ello que dicen no lo enseñaran con razones buenas y no con las espadas desnudas, yo digo que os sobraba la razón por los tejados:  y nosotros no hubiéramos queja que nos llegara artejos. Dicen también que tenemos almas y que vienen acá por ellas, en esto también como en lo demás, no sé qué crédito darles: porque yo veo que a muchos les han sacado las entrañas, no es para llevarla a vuestra tierra las almas, sino para no dejarle ninguna cosa en las bolsas.

P. 95.

En caso pues que creamos  que tengamos alma como dices  y ustedes son también hombres y no fueran infernales como parecen, también ustedes tendrían las almas que nos predicas, si esto es así, porqué arriesgan sus almas por cogernos nuestras haciendas? ¿Por qué esas almas las has puesto en tanto peligro viniendo tan lejos solamente a robar tesoros? ¿Sus almas han de comer oro, han de comer plata, o alguna piedra preciosa de la india?   ¿Y si esto es así que lo buscan para sus almas, porqué les pesa que nosotros le demos a las nuestras? ¿Porqué quieren que a ustedes que injustamente no los tomaron les sobre y a nosotros que lícitamente lo poseemos nos falte? ¿Eso es querer para sus almas muchos dioses juntos y dar uno solo a las almas de los pobres indios porque nos tienen por bárbaros?

 

Pues sepan amigos que no lo somos tanto, que todo lo que ustedes hacen no lo hayamos alcanzado… si es que nos quieren predicar, si es verdad que nos quieren bautizar, como no trajeron por delante sacerdotes que son los que han de hacer. Si es que nos quieren hacer cristianos, cómo no trajeron sacerdotes y predicadores en los navíos, sino llenos de pólvora y de tiros. Pregunto yo, ¿no podían salvarse más almas, si ustedes aportaran más almas a nuestra tierras? ¿No podían por acá convertirse las personas, sin que ustedes les robaran las haciendas? ¿Y sin que les quitaran las vidas? ¿No pudiéramos acá ser cristianos sin que les dejáramos llevar nuestros tesoros? Por manera que ustedes quieren ser cristianos ricos y quieren que nosotros seamos cristianos pobres.

 

Pregunto, ¿qué ley es la que tienen que tanto la quebrantan? No dicen que entre los cristianos cada uno se debe contentar con lo que es suyo, sin que tome, codicie lo que es ajeno. ¿Pues si ustedes no se contentan con lo que tienen allá en su España y vienen a robar la tierra ajena?  ¿Qué diremos a esto? ¿Qué responden a lo que les pregunto? Dicen que si buscan tesoros no son para ustedes mismos, sino parar allá en su patria hagan bien a muchos, también con eso, con lo demás, me causa gana de reír. Vengan acá hermanos, en ¿qué ley que ustedes hurten a unos para hacer limosna a los otros? Acá no es así entre los américos, sino lo que se halla ser hurtado, mientras no parece su dueño propio: es costumbre que se deposite en el templo.

 

Dices más, que no toman de lo nuestro que lo que les queremos dar, mejor digan que no nos dejan de lo nuestro más de lo que no pueden llevar y si viene a mano les parecerá que con buena  conciencia la llevan. ¿Por qué con amenazas no las piden? Si nosotros lo que nos tomas no los pidieran con necesidad…, con lo que les diéramos de nuestra voluntad . Las pidieran con palabras comedidas y no nos las quitaran con las armas. Tomaran solamente lo que les diéramos, y no nos robaran todo lo que teníamos, hubieran pedido desde el puerto y no hubieran a nuestras tierras a robar.

 

Porque les hago saber hermanos que los indios américos  aunque bárbaros no somos tan avarientos como ustedes aunque políticos, y no les negáramos pidiéndonos demás tesoros aunque más fueran nuestros enemigos, porque aquí donde nos ven, ni somos codiciosos ni procuramos jamás ser ricos, como el vivir quietos y contentos. Las piedras preciosas y la plata y oro y todo el haber del mundo no hacemos más caso de ello, que si lo hubiéramos prestado, y no fuera jamás nuestro propio y ahí se nos da poco que venga a poder ajeno.

 

De lo que nos espantamos es que estando nosotros de ustedes tan apartados y que siendo nosotros bárbaros y abatidos y ustedes siendo hispanos y como dicen, políticos y católicos, nos vengan acá a robar, con achaque de querernos convertir, y con ocasión de predicarnos, hayan venido a estafarnos, y con cargo de querernos por amigos, vinieron a descargarnos de nuestros tesoros porque le pereció nos son pesados.

 

Dijiste también que no los hemos visto llegar a nuestras mujeres y a nuestras hijas porque su intento no otro que la conversión de más almas. Digo yo y respondo, que el mismo argumento haremos  de las mujeres que dices: que de las haciendas que coges y de los tesoros que robas, porque nuestros propios hermanos nos dicen que allá en el nuevo pueblo que han fundado hay mucho mujeriego y que no son las mujeres de su color blanco, sino de nuestro color trigueño, y por esos caminos por donde has venido y estado no menos ponías los ojos en las mujeres de buena cara que las manos en el hombre que tenía buena bolsa y que si muchos enterraban por temor de ustedes a sus haciendas, no eran menos los que por amor de ustedes escondías a sus hijas.

 

Y al fin, en su compañía y nuestra posada dicen que tienen muchas mujeres mozas, hermosas y bien ataviadas, yo no sé si les sirven de esclavas, o de concubinas: lo que sé es que algunas están preñadas y otras paridas, y que se parecen a ustedes las criaturas y ahí anda ya el refrán, que cada uno de ustedes esconda la mujer o la hija, porque no menos echas mano de la mujer moza y de buena traza, que de los hombres que tienen mucha hacienda, harta lástima es por cierto hermanos míos, que nos tomen nuestras haciendas, nuestras mujeres y nuestras hijas, y las tengan acá por mancebas, y cuando vuelvan a su tierra las tendrán como esclavas.

 

Pues según todo esto digo yo, si ustedes miran tan mal  por sus cosas, cómo pueden mirar bien por nuestras almas. Por mi vida que ustedes miran más por su cuerpo, por sus apetitos, por sus vicios y no por la utilidad de sus próximos, sino es que digas que a nosotros los indios no nos tienen por próximos  y en tal coso como en lo demás también nos tienen engañados, aunque a ustedes les parezca que nos tienen contentos, con decir que han emparentado con nosotros, en caso que nuestras hijas han parido a sus hijos. Hablando a la verdad amigos, aún con libertad, muy poco nos puede soldar el dolor interno: habiéndonos tocado tanto en lo vivo. Porque si ustedes nos quitaran solamente nuestras tierras, pudiéramos irnos a otras, porque al fin hay en esta américa muchas tierra baldías, si nos quitaran solamente nuestras antiguas haciendas, causaríamos nuevas minas porque hay por allá muchas muy extremadas. Y si se llevaran solamente nuestro tesoro, muy bien pudiéramos pasar sin ellos, porque más contento vivimos están pobre que estando rico. Si no despojaran de nuestros vestidos, la tierra es templado y sufriríamos andar desnudos. Pero quitarnos a nuestra mujeres, hurtarnos y deshonrarnos nuestras hijas, de verdad les digo amigos, que estuviera mejor que a todos nos cortaran la cabeza, antes de haber visto tal infamia. Por más casas: Tu tal san Benito colgado a mis puertas.

 

Una sola cosa nos consuela amigos advenedizos y es esta, que si en el tiempo presente nos tiranizas y tratas como tiranos, no faltará el tiempo por venir, otros tiranos como ustedes, que nos venguen de ustedes muy bien vengados. Y cuando en el mundo falten otros tan facinerosos, confiamos que nuestros ídolos tomarán venganza de sus propios agravios, que aunque ellos disimulan ahora lo malo no es sino para vengarlo muy bien a su tiempo y cuando ellos por ser buenos, no quieran ensuciar las manos en hombres tan malos, por lo menos, se harán desconciertos con los demonios para que por los diabólicos caminos los pongan en los despeñaderos de los infiernos. Y ahí nos veremos los dioses y los hombres, las mujeres y los niños, los vivos y los muertos, vengarnos de tan enormes corsarios, y tan sediciosos tiranos.

 

Y cuando no haya ni uno ni otro yo fío que son tan facinerosos sus personas y tan perversas sus vidas, que ellas mismas han de venir a ser el verdugo de nuestras injurias, y con esto ni  tengo más que decir, ni quiero más hablar, si les he dicho mentira, córtenme la cabeza, que haré cuenta que hiciste sacrificio de mi vida. Y si les he dicho la verdad, espero que en pago de mi verdadero parlamento los dioses me lleven a su gran palacio y plegue a dios  yo primero alanzados de todo el imperio mexicano.

 

Acabado de hacer el viejo satírico su parlamento, preguntó Hernán Cortés a Aguilar, qué es lo que había dicho aquél viejo que  tan largo ha razonado, el buen Aguilar como vio que el interpretar lo que había dicho no hacía nada al caso para el Capitán, ni soldados, ni común intento: dijo aquél viejo estaba borracho, o caduco, o de todo punto mentecato. Y que todos eran disparates lo que había dicho. Y ahí por impertinente fue dejado. Y ellos se llevaron lo que habían cogido en el templo.

 

Se encuentra un tanto de este parlamento escrito de lengua mexicana en poder dicho intérprete Aguilar, el cual, de mano en mano, de hombres curiosos, vino a manos del doctor Luis Pereira de Ovidos, el cual medió este traslado que conforma en todo y por todo con lo que dice el señor Obispo Bartolomé de las Casas en su libro que se intitula La destrucción de las gentes. P. 95