domingo, 24 de mayo de 2020


La piedra de la iguana
Ernesto Cera Tecla

Un día después de la clausura de la secundaria, salí de mi casa y me dirigí al río “La culebra” del pueblo caletano. Quise recordar mi rito de paso amoroso. Al llegar, busqué el lecho de piedra entremetido entre los arbustos del arroyo. Me senté sobre él y mi memoria me hizo sentir el aroma de nuestros cuerpos desnudos y extasiados. El agua cristalina se deslizaba en delgadas cascadas. El musgo bajo el agua  re enverdecía a las plantas acuáticas. El sol pintaba ramilletes de luces y sombras en los matorrales.




De pronto, el timbre de un mensaje de mi celular  me interrumpió.

“Valeriano”decía el ícono del correo.

Emocionada, abrí el correo.

“Valentina, me urge verte. En una hora, te espero en la Piedra de la iguana.”decía el texto.

La sorpresa, no me permitió decirle que yo ya estaba ahí.

Está bien, te esperole dije en el canal escrito.

Me respondió con el emoticón del pulgar de la mano hacia arriba.

No le di importancia a la “urgencia”, nuestro amor era más fuerte que cualquier adversidad. Tranquilamente, me puse a escribir su nombre y mi nombre en el agua, pero las letras no se fijaban y el agua no se detenía. El aleteo de los búhos se perdía en el silencio. Una parvada de calandrias revoloteaba sobre el agua cristalina. Pronto, escuché mi nombre.

“Valentina”me dijo en el lenguaje del silbido mazateco.

“Aquí estoy”respondí en el mismo código.

Al arribar, me paré emocionada y me lancé a sus brazos. Valeriano me detuvo.  

Valentina, espera. Quiero hablarte seriamente. Escúchame con atención me dijo en un tono frío y con palabras entrecortadas.

¿Qué te pasa?le pregunté preocupada.

A mi nada, más bien, nos pasa a los dos. Vengo a decirte que mañana me voy de espalda mojada para juntar dinero y casarnos. Aquí, los jóvenes no tenemos otra oportunidad. La única suerte que tenemos ya la conoces y no estoy de acuerdo: prefiero trabajar honestamente que ganar dinero contra mi dignidad.

Pero Valeriano, tu sabes que el dinero no me interesa, me interesa más nuestro amor. Estoy dispuesta a vivir contigo en la modestia agregué.

Sí, pero para mí, el amor no es suficiente. Necesito trabajar para ayudar a mi familia y para nosotros. Además, no vine a discutir, sólo vine a avisarte. Mañana me voy en la madrugada,  tomaré la primera corrida.  



De inmediato supe que no podía decir más. La decisión estaba tomada. No había nada qué argüir. Involuntariamente, quiso abrazarme, pero yo reculé. Él entendió y mejor se marchó. Deseaba gritarle que no se fuera, pero el llanto interior me enmudeció. Sentí que desfallecía. La tarde cayó estrepitosamente. Los peses huyeron en bandadas, el ocaso cayó en el río sigiloso. Mis lágrimas botaron sobre la Piedra. Lloré hasta que escuché el graznido del chicuastle (o lechuza).




Entonces, tomé fuerzas inhumanas y  regresé a mi casa como una muerta viviente.









El pez filósofo
Ernesto Cera Tecla
Para mi hija Héloïse-Malintzin Cera Sauquet.

Cierto día, un Pez saltaba de alegría en el pozo de un río. Al salir a la superficie, hacía marionetas y luego caía al agua. Se lanzaba una y otra vez. La frescura de los árboles se esparcía por todos lados. Las ranas, afiladas en el bordo, miraban sorprendidas. Los pájaros cantaban sin parar. El Pez se preparó para hacer el último salto, el más alto. Tomó todas sus fuerzas…




De repente, la voz de una Culebra lo detuvo.

-¡Hola! ¡Pecesito! Veo que te diviertes.

-¡Eh! Sí claro-respondió el Pez, ocultando el miedo.

-Eres ágil. Tus saltos me abrieron el apetito.

-Pero… Culebra, apenas soy una miniatura.
-Tu tamaño no importa, importa mi deseo que es grande. Satisfacer mi deseo es lo más importante en mi vida.



-Está bien, veo que no tengo salvación. Tú ganas. Pero ¿por qué no hacemos un trato? De cualquier modo vas a satisfacer tu gran deseo, me vas a comer.

-Ciertamente, Pecesito. Escucho tu propuesta-respondió con seguridad la Culebra.

-Mira, antes que  me comas, me gustaría que meditemos, que pensemos, yo por la muerte y tú, por la vida. Cerramos los ojos medio minuto y enseguida me comes.


-Acepto, Pecesito. ¡Empecemos!


En el momento que la Culebra cerró los ojos, el Pez huyó, a toda velocidad, del lugar.  Se resguardó entre las raíces de unos matorrales. La Culebra abrió los ojos alegremente, pero el Pez ya no estaba. Enfurecida, se marchó a buscar a otra presa.