martes, 16 de mayo de 2023

El hombre Tecolote

 

Parte: II


Ru Alfonso Xiela Teculutl.

 

Mi papá se llamó Don Juan Cera Tapia y mi mamá, Doña María, después Avelina Jiménez Zapotitla. En lengua mosiehualcupa eran: Ru Rujuo Xiela Cuotatapa y mi mamá: Malintzi (María), luego Avelinatsi Teculutl Zapotitla.  Los significados de los apellidos de mi familia son: Xiela “cera de abeja”, Cuotatapa “turbante”, Teculutl “tecolote” y Zapotitla “donde abundan los zapotes”. Mi papá, Ru Rujuo Xiela, murió de enfermedad a los 21 años, en 1940. Yo, apenas tenía nueve meses, es decir, no lo conocí conscientemente. Mi mamá, Malintzi Teculutl Zapotitla volvió a casarse con Don Anastasio Casbis Martínez o Ru Anastasio Caxbets Chiltututl “pájaro rojo” y crecí como hijastro en ese segundo matrimonio.

 

Mi papá, Ru Rujuo Xiela Cuotatapa "don Juan Cera Tapia", 1939. 
Tetelcingo, Morelos, México.


Mi papá nació en 1919. Este mismo año, Carranza comisionó al general Pablo González para exterminar a la población zapatista morelense. El general González ordenó al coronel Jesús María Guajardo (un norteño racista) acabar con los revolucionarios del sur.[1] Guajardo tendió una trampa a Zapata y éste cayó. El líder de la Revolución del sur confió en Guajardo y aceptó una alianza que se firmaría, entre tacos y cervezas, en la hacienda de Chinameca, el 10 de abril de 1919. Este día, una extraña atmosfera de silencio y recelo parecía haberse apoderado de la Ciudad de Cuautla… Antes de las dos de la tarde, las campanas de la iglesia comenzaron a tañer con un ritmo lóbrego. La torre que inició el toque fue la capilla que está al lado de la entrada de Cuautla. Como si se hubiesen puesto de acuerdo entre sí, las demás campanas de todas las iglesias de la ciudad contestaron a las primeras y Cuautla entera se vio envuelta en esa sonoridad apagada, sorda en que vibran, como quebrantándose, las notas desgarradoras del toque de difuntos…[2] 


En efecto, ese 10 de abril de 1919, a las 2:10 hrs., un pelotón de soldados bajo el mando de Guajardo descargó dos veces los fusiles en el cuerpo de Zapata que cruzaba el portón de la hacienda de Chinameca. Acribillaron al Jefe supremo de la Revolución suriana.[3]  A las nueve de la noche del mismo día, la columna de Guajardo pasaba frente al Señor del pueblo y se detuvo en la calle Galeana, delante de una tienda que abría a la plaza principal. En medio de la columna, sin jinete, marchaba orgulloso un caballo alazán. Pero no es que careciera de jinete: doblado sobre la silla y fuertemente amarrado a ella con una soga, se advertía el cuerpo de un hombre. No se podría decir de qué hombre se trataba: la cabeza vencida, el cabello caído y los brazos colgantes, inertes, indicaban tan solo que el hombre estaba muerto. Sobre la cabeza de la silla del alazán estaba sujeto el sombrero del muerto: un gran sombrero de charro con un águila bordada en la copa. El general Pablo González y sus oficiales se acercaron a ver. Guajardo tiró el cadáver en el pavimento. González examinó con una linterna el rostro. Era realmente Zapata. Fue llevado al cuartel de la policía local. Allí fue identificado por Eusebio Jáuregui y se tomaron fotografías como pruebas.[4]

 


Firmas del hermano de mi papá, Ru Antuntsi Xiela "don Antonio Cera" y mi padre Ru Rujuo Xiela "don Juan Cera", en las solicitudes de tierras de 1919 y 1933. Archivo agrario de Tetelcingo.

Al día siguiente, el general González orquestó una propaganda local para el cadáver. El espectáculo, pensó, disiparía las dudas que quedaran si había sido Zapata el muerto y esto socavaría la resistencia de los zapatistas sobrevivientes… El general se dirigió a la muchedumbre y espetó:


¡Este hombre aquí muerto no es otro que el bandido Emiliano Zapata! ¡Pueden pasar a mirarlo de cerca en grupos no mayores de cinco personas!


Campesinos e indígenas se arremolinaron. Miles llegaron desde los pueblos vecinos para ver el cadáver.[5]Las gentes miraban hacia aquel hombre; sus miradas giraban en seguimiento del cadáver… A unos cuantos metros de allí, se escuchaba una música obsesiva y chirriante, música de fonógrafo… Se trataba de la cantina “Lluvia de Plata” con puertas de vaivén, junto a la cual se encontraban unos curiosos que, con el mismo movimiento que se veía  en toda la gente…, también se incorporaron en pos de todos los demás.* Alguien empujó desde dentro de la cantina las puertas de vaivén y salió a la calle para mirar. Se trataba de una mujer, a ojos vistas una mujer de la vida alegre. Era hermosa, aunque de una belleza marchita y enviciada; vestía ropa de falsa seda y de una elegancia equívoca, el cabello en desorden y el escote caído hacia un lado del pecho… Pronto, esta mujer se encontraba en primera fila entre todos los presentes. Respiraba impetuosamente, agitada, mientras sus ojos lanzaban destellos de odio. Todas las miradas estaban fijas sobre el cuerpo del cadáver en medio del silencio.


Mural en la cantina "Lluvia de Plata", hoy "La Brisa", en Cuautla, Morelos. Aquí, Zapata y su comitiva decidieron levantarse en armas contra la dictadura de Porfirio Díaz,  en 1911. Foto: Ernesto Cera Tecla, Mayo de 2023.


La multitud miraba hacia el punto donde se encontraba el cadáver de Emiliano Zapata. El rostro del cadáver estaba hinchado, lleno de equimosis y huellas de sangre seca, que no harían fácilmente reconocible su identidad. La mujer de la cantina tenía los ojos anhelantes, llenos de aguda penetración, fijo en el cuerpo del hombre muerto. A un lado, a espaldas de ella, un campesino de cierta edad reparó en la mujer de la cantina y se abrió paso hacia ella poniéndose a su lado.


 Personajes del mural inmediatamente anterior. Foto: Ernesto Cera Tecla, Mayo de 2023.

Le tocó el hombro con cierto disimulo y discreción.

 

Campesino: ¡Oye, Güera!

 

La llamada Güera volvió el rostro hacia el campesino que la requería. Su expresión cambió y se suavizó.

 

Güera Reséndiz: Dígame, don Chano.

 

Don Chano: Tú lo conoces bien… ¿Es él…?

 



Don Chano clavó una mirada anhelante, llena de ardiente esperanza. La Güera devolvió la mirada comprensiva y sin esperar a más se lanzó por entre los soldados hasta el punto donde se encontraba el cadáver. Se aproximó al cadáver y, después de mirarlo escrutadoramente, como con desconfianza, se hincó sobre él y le abrió la camisa para descubrirle el pecho. La mano de la Güera terminaba de descubrir el pecho desnudo del cadáver y palpó encima del mismo; buscó con la mirada sobre el pecho del cadáver como si estuviera segura de encontrar algo en particular. La multitud contemplaba la acción de la Güera en medio de un silencio extraordinario, increíble, en que parecerían escucharse las respiraciones de todos los presentes. La Güera terminó de examinar el pecho de aquél cadáver y luego se volvió hacia la multitud. De su garganta salió la voz con un tono desgarrado, animal.

 

Güera: (Negando con la cabeza) ¡Nooo! ¡No es Emiliano! ¡No es Emiliano Zapata! ¡No tiene la señal que yo le conocí en el pecho! ¡Emiliano Zapata no ha muerto!

 



La multitud parecía respirar con suspiro de alivio. La Güera negó en silencio, y ofrecía el pecho desnudo del cadáver como invitando a que lo miraran.

 

Unos ambulantes apartaron bruscamente a la Güera y tomaron el cuerpo de Emiliano para introducirlo en un sucio vehículo donde fue conducido al cementerio. Un piquete de soldados de caballería rodeó la carreta y el duelo se echó a caminar por las calles de Cuautla hacia el panteón civil. A la distancia, con el aire disimulado, la gente siguió el duelo, procurando no hacer grupos.” [6]

 

Por este artero asesinato, Guajardo fue ascendido a general. Además, recibió $50 000 de premio del presidente de México, Venustiano Carranza. El asesinato de Zapata golpeó duramente a mi abuelito Don José Cera “Ru Jusie Xiela” y a mi pueblo de indios tetelcingas.

 

En los días subsiguientes, la prensa conservadora publicó con saña: La República se “purgó de un elemento dañino”, murió “sanguinario cabecilla”, entre otros vituperios. El general González, publicó, el 16 de abril del mismo año, un desplegado con este encabezado: “Desaparecido Zapata, el zapatismo ha muerto”. Pero los asesinos intelectuales, Carranza y González, se equivocaron, porque miles de campesinos guardaron en su memoria al Jefe suriano. Y pronto, apareció en las plazas públicas este mensaje: “Rebeldes del sur, es mejor morir de pie que vivir de rodillas.” Zapata había muerto para los hacendados, porfiristas, intelectuales de derecha, pero no para mi abuelo, Ru Jusie Xiela. Zapata seguía cabalgando en su caballo alazán por los montes de Santa Mónica, Hospital y Anenecuilco. O bien, los indios pensaban que Zapata regresaría, un día, de Arabia Saudita para terminar la Revolución inconclusa. No era, decía Ru Jusie Xiela, que negáramos la muerte del Jefe, sino entendíamos que nosotros reinventaríamos la Revolución, hasta lograr la Justicia social para los más pobres, los indígenas, los más desposeídos.  

 

Casa tradicional de Tetelcingo, 1940.

Mi abuelito, Ru Jusie Xiela, decía que los hacendados, los conservadores, los ricos, los intelectuales de derecha, acusaban al Señor General Don Emiliano Zapata de bandido, asesino, bárbaro, sólo porque había sido el cerebro que pensaba y el brazo que ejecutaba la Revolución del sur y porque quitó las tierras a los hacendados y las regresó a los legítimos dueños: indios y campesinos. Por ejemplo, el intelectual conservador José Vasconcelos, el creador de la Secretaría de Educación Pública (SEP), ideólogo de la cultura mestiza nacional, escribió: Zapata perfeccionó los sacrificios humanos con el uso de la ametralladora y junto con sus hordas de forajidos destruyó la industria azucarera y el patrimonio del pueblo.[7] Además, luchó sin tregua contra Porfirio Díaz, Francisco I. Madero y Venustiano Carranza... Por eso, fue un cobarde, un cabecilla sin méritos militares, un demagogo, un pelele, un ignorante, iletrado y analfabeta.[8]  ¡Qué bueno! Que lo asesinaron, clamaba él y los demás conservadores. Sin embargo, para nosotros los indios mosiehualte, Zapata seguía como Jefe supremo de la Revolución suriana, como la esperanza de los pueblos desposeídos. Los ataques de la derecha contra Zapata tenían una explicación: estaban resentidos por la afectación de sus grandes intereses políticos y económicos.

 

Antes de morir, mi abuelito Ru Jusie Xiela, me dijo:

 

—Mira hijo, no olvides que la Revolución de México de 1910-1920, fue una continuidad de la Revolución de Hidalgo en 1810, luego la de Juárez en 1857. Las causas principales de la revolución fueron: caciquismo (gobierno despótico de autoridades locales), peonismo (esclavitud o servidumbre feudal del indígena y campesino), fabriquismo (esclavitud fabril de los obreros), hacendismo (competencia ventajosa de los terratenientes), cientificismo (acaparamiento comercial y financiero de los gobiernistas) y extranjerismo (el dominio de los extranjeros sobre los nacionales).[9] Otra causa importante fue la tierra, la restitución del territorio de los pueblos originarios despojados.[10] Después del asesinato de Zapata (por las fuerzas militares carrancistas), no se satisfizo el ideal de bienestar económico del indígena y campesino de Morelos. Tampoco los gobiernos posrevolucionarios (1920-1940) cumplieron con la restitución de la tierra que demandaba Miliano. En lugar de restituir los territorios, los gobiernos dotaron, a medias, parcelas ejidales a los indígenas y campesinos. Desde aquí, el término TERRITORIO de los pueblos ancestrales fue suplantado por el término POLÍGONO. El primero remite a la propiedad comunal de los pueblos originarios y el segundo, a la sujeción de los ejidatarios al Estado posrevolucionario.

—Sí, abuelito, no lo olvidaré—le dije.


Continuará…


Tetelcingo, Municipio Libre. ¡Oxon quiema! En espera del resolutivo de la SCJN. Estamos vigilantes.


Pablo Milanés. ¿Por qué? Consultado el 16 de mayo de 2023 de https://bit.ly/42zp4SB

José de Molina. Corrido a Zapata. Consultado el 16 de mayo de 2023 de https://bit.ly/2uXknUt

 

 



* El 10 de marzo de 1911, segundo viernes de cuaresma, Zapata, Torres Burgos, Rafael Merino y otros amigos se reunieron, según Magaña, en la cantina “Lluvia de Plata” del centro de la ciudad de Cuautla. Allí, en plena feria, entre pelea de gallos y copas servidas en la cantina, decidieron lanzarse a la lucha armada. Cfr. Gildardo Magaña. Emiliano Zapata y el agrarismo en México, t. I, INEHRM, México, primera edición, 1937; ed. actual, 2019.  Pág. 155.

[1] Cfr. Juan José Flores Rangel. Historia de México, Cengage Learning, México, 2019.

[2] José Revueltas. Zapata, Plaza y Valdes-CNCA, México, 1955. Pp. 9-10. El cambio del tiempo verbal en la narración, de presente a pasado, es nuestro. 

[3] Cfr. John Womack Jr. Zapata y la revolución mexicana, S. XXI, México, 1969.

[4] Cfr. Ibídem. Pp. 323-324.

[5] Ibídem.

[6] José Revueltas. Zapata, op. cit. Pp. 13-20.

[7] La visión conservadora de Vasconcelos sobre los hechos históricos del país no ha terminado. Hoy día, no pocos historiadores (en las Universidades públicas y Centros de investigación histórica) siguen pensando que el Sistema de haciendas permitió la prosperidad económica de México. Véase, por ejemplo, el debate protagonizado entre el historiador Enrique Krauze y el antropólogo Claudio Lomnitz: “La historia en ruinas” Vs. “El mártir de Chicago”, artículos publicados en la revista mexicana Milenio, el 11 de mayo de 1998. Lomnitz sostiene que  Krauze reproduce, en Biografía del poder (1997),  los principios de la historia oficial, una “fábrica de historia”, para su uso personal. Krauze pide, dice Lomnitz, una “democracia sin adjetivos” para México, pero es incapaz de hacer una “historia sin opiniones”.

[8] Cfr. Jesús Sotelo Inclán. Raíz y razón de Zapata, CFE, México, 1943.

[9] Jesús Silva Herzog. “Breve historia de la revolución mexicana”, FCE, México, 1960.

[10] Cfr. Octavio Paz Solórzano. Emiliano Zapata, FCE, México 1936.